El Teatro Colón forma parte de la esencia de A Coruña, pero ahora que se debate (de nuevo) sobre la conveniencia de cambiar su nombre por el de María Casares resulta interesante discernir si ese espacio artístico homenajea con su nombre al descubridor de América y que relación tiene ese acontecimiento con A Coruña.
No parece claro que ese sea el origen del nombre, al menos de manera directa. No existe una referencia clara ni oral ni hemerográfica sobre el motivo por el que se eligió el nombre de Colón para un espacio artístico que se inauguró en 1948 cerca de donde años antes había estado ubicado el Teatro Emilia Pardo Bazán, pero todo apunta a que se trató de un mimetismo respecto al mítico Teatro Colón de Buenos Aires, al que acudían como si fuese una meca bastantes compañías teatrales españolas de la época. No era la única sala a al que daba nombre el descubridor de América. Antes de que se abriese en 1908 la de la capital argentina ya funcionaba con éxito el Teatro de Cristóbal Colón en Bogotá. Ambos siguen a pleno funcionamiento.
Argentina era un país hermano, pero además una potencia mundial, con medio planeta recuperándose de las crudas heridas de la guerra. La visita de Eva Duarte de Perón en junio de 1947 rompió el aislamiento internacional al que estaba sometido el franquismo y se inició un fructífero intercambio comercial. Los vínculos entre ambos países crecieron y en Galicia era muy evidente la conexión por los sucesivos procesos migratorios. Por eso se tiende a pensar que el coruñés Teatro Colón quería ser un remedo del bonaerense, que obviamente homenajeaba con su nombre al descubridor.
El Colón coruñés abrió sus puertas el 1 de diciembre de 1948 en una época expansiva en el Relleno, donde también abrió sus puertas la Aduana y funcionaba con singular éxito el viejo, inaugurado en 1923 y demolido en 1967, el Hotel Atlántico, próximo también al Palace. Quince días antes de que el Colón acogiese su primera función empezó a recibir clientes el Hotel Embajador, que tenía cabida para 220 huéspedes y albergaba un comedor y una sala de fiestas. Ocupaba la mitad del edificio del Colón, esa parte en la que ahora se asienta la Diputación de A Coruña.
La Agrupación Albeniz, Follas Novas, El Eco, Cantigas da Terra y la Orquesta Municipal se subieron al escenario en la inauguración del Colón, que presentó una función de canto coral e individual con varios artistas locales. Se presentó como “La mayor demostración del nivel artístico de La Coruña”. A los asistentes a palcos, butacas y sillones se les exigió “rigurosa etiqueta”; al público que iba al gallinero le recomendaron ir de oscuro. 1.200 personas abarrotaron el recinto, habilitado también para el cine: al día siguiente se estrenó una película de Virginia Mayo.
Como todo teatro que se precie, el Colón fue pasto de las llamas. No llevaba abierto ni cuatro años cuando en septiembre de 1952 las empleadas de mantenimiento y limpieza descubrieron en un amanecer como las llamas devoraban el palco de butacas. La noche anterior había actuado el profesor Max, un hipnotizador que durante su función le preguntó a uno de los asistentes, abducido por su labor, si el teatro se iba a incendiar esa noche. “Sí, claro”, respondió el hipnotizado. Y ardió.
Dos meses y diez días duró la reconstrucción, de la que se salvó el escenario. La Sociedad Anónima Inmobiliaria Galicia (SAINGA), propietaria del teatro echó el resto (y la póliza firmada con la aseguradora Banco Vitalicio) para devolver su esplendor al Colón. El consejero delegado de la empresa y presidente de la compañía que explotaba el teatro (Hijos de E. Rey Sánchez S.L.) era Emilio Rey, presidente del Consejo de Administración de La Voz de Galicia. Con el tiempo, en 1997, SAINGA vendió el teatro a la Diputación coruñesa, dirigida entonces por Augusto César Lendoiro, por 343 millones de pesetas.
El Colón da continuidad a una tradición teatral en la ciudad que se pierde en el tiempo y que se remonta, entre otros puntos, al Foso de Puerta Real, en la subida hacia la Iglesia de Santiago. Allí se representaban funciones en torno a 1768. Más tarde hizo fortuna el Teatro Viejo o Teatro de Variedades, en la calle de la Franja. Y en 1841 se concluyó el Teatro Nuevo o más conocido como Teatro Principal primero y tras su incendio y reconstrucción, entre 1868 y 1872, como Rosalía de Castro. El “Pardo Bazán” acogió en La Marina también sesiones de cine y el Pabellón Lino, un quisoco de madera en el Relleno, albergaba zarzuela hasta que en 1919 las llamas lo redujeron a cenizas. Posterior y efímero fue el “Teatro Linares Rivas”, donde luego estuvo el Cine Avenida y ahora tiene previsto exponer Abanca parte de su colección de arte.