“No hay nadie imprescindible en política”, proclamó Xulio Ferreiro cuando con los ojos llorosos anunció que no iba a tomar posesión de su acta como concejal del ayuntamiento de A Coruña. El alcalde de la Marea Atlántica se marchó, corrió el escalafón y, casualidad, su puesto vacante lo ocupó el que era su jefe de gabinete, Iago Martínez. Los cinco ediles restantes repetían en la corporación tras encabezar una lista electoral, que según Ferreiro ofrecía renovación. El posterior adiós de Xiao Varela redujo el elenco mareante porque su lugar lo ocupó, siguiendo la pauta marcada por la papeleta electoral, la podemita Isabel Faraldo, que se desmarcó desde el minuto uno. Todos esos supervivientes que acompañaron a Ferreiro en el gobierno local entre 2015 y 2019 tendrán que dejar la corporación en 2023 en cumplimiento del código ético de la Marea Atlántica. O no.
Esa pauta de comportamiento ético mareante ha sufrido mutaciones en los últimos seis años como si los conceptos morales evolucionasen a medida que se pisa moqueta.
Tres equipos de trabajo con cinco personas cada uno diseñaron un código que anunciaba una manera diferente de hacer política, “da xente para a xente”, renovadora “fronte a un sistema corrupto e esclerotizado”. “Non entendemos o acceso a cargos de representación como unha carreira profesional nin un xeito de vida”, proclamaron los ponentes del código ético publicado en 2015. Alberto Lema y Silvia Cameán, luego concejales en María Pita, estaban entre ellos. En 2023 deberán de buscar otra ocupación si nos atenemos al primer punto que promovieron y que también afecta a las también edilas María García y Claudia Delso. “Os cargos electos da Marea Atlántica, así como o persoal de confianza e cargos directivos, exercerán as súas responsabilidades durante un máximo de oito anos, o equivalente a dous mandatos completos”. Después de ese periodo se demandaba una cuarentena política de al menos cinco años.
Tres años después y mientras saboreaba la miel del poder, la Marea Atlántica publicó un glosario de preguntas y respuestas, por si alguien tenía dudas, sobre el código ético. Y en ellas albergaba alguna sutil variación aprobada «na Marea Viva» de 2018. El tiempo máximo para ser representante de la Marea se mantenía en ocho años o el equivalente a dos mandatos completos, pero se aclaraba que esa cláusula solo se refería a “cargos electos. Se enmendaba, por tanto, la prohibición para cargos de confianza o directivos, que ya podían hacer, sin cortapisas éticas, de la política “un xeito de vida”.
Aquella Marea Viva de hace tres años llegó a la orilla después de desechar la opción de unas primarias para elegir la dirección de la organización. Y su delicado poso afectó de lleno a Iago Martínez, al que entre 2015 y 2019 sólo eligió Xulio Ferreiro. Así, ahora es el único edil del grupo mareante que podría seguir en la corporación cuatro años más, de manera que en 2023, si decide presentarse y liderar la lista, podría hacer historia y convertirse en el primer alcalde vigués de A Coruña. El último que lo intentó fue Antonio Erias.
En política se ve de todo, pero no parece probable que Martínez vaya a dar ese paso, sí el de tejer alguna alternativa para que la Marea pueda sacar unos réditos de los problemas que aquejan al actual gobierno de Inés Rey y José Manuel Lage Tuñas que actualmente cuenta con recibir el BNG, a la espera de una posible candidatura independiente en torno a cuya idea cada vez hay más movimiento.
Una vez matizadas y solucionadas las cuestiones éticas, Martínez debe mover ficha. Y en el horizonte tiene algunas posibles jugadas. Por una parte puede renovar su compañía y buscar un nuevo candidato a alcalde, que incluso éticamente podría ser Ferreiro. Por otra, cabe entender que los conceptos morales no impiden que Lema, Cameán, García y Delso sigan en el ayuntamiento en otras responsabilidades, por ejemplo en asesoría de otros concejales. Y queda la opción, más revirada, de que todos juntos se presenten bajo otras siglas, por ejemplo Más Coruña (Más Marea quizás ya sería un tsunami).
En todo caso habrá que aguardar para ver si la ética, la noble y primitiva, prevalece y las opciones se abren para otras alternativas, algunas de ellas nada matrimoniadas con la dirección mareante, pero sí con las ideas que en su día promovieron.