Aunque ya ha pasado más de un año desde el coronavirus llegó a nuestras vidas, el impacto de esta pandemia en nuestra cotidianidad y nuestro relato como sociedad probablemente se prolongará más allá del uso de las mascarillas y marcará a varias generaciones. Definir cómo enfrentaremos estas circunstancias excepcionales ocupa en la actualidad a María José López Rey, una coruñesa que es profesora doctora en la Facultad de Educación de la Universidad de Extremadura y que lidera junto a Manuel García Docampo, profesor titular en la UDC, un estudio nacional con sello coruñés sobre las diferentes actitudes ante la pandemia y su previsible huella en nuestras forma de vida.
¿Cuáles son los objetivos y cómo se está llevando a cabo el análisis?
El profesor Docampo y yo llevamos años colaborando en una línea de investigación en el ámbito de la Sociología de la Salud, y ante un fenómeno de tal magnitud, no dudamos en que desde la sociología era preciso hacer alguna aportación. Nuestro objetivo en este caso es conocer los distintos relatos de la pandemia que presenta nuestra sociedad, qué peso tienen en la población cada uno de ellos, y con qué variables sociodemográficas pueden estar relacionados. Durante el último año hemos experimentado una intensa exposición a distintas fuentes y tipos de información. A lo largo de este período hemos llevado a cabo una observación sociológica en diversos contextos, como medios de comunicación, redes sociales e incluso en las aulas universitarias.
En el mes de febrero, me trasladé a la UDC, para realizar una estancia de investigación en el grupo de estudios territoriales (GET), vinculado a la Facultad de Sociología. En este momento, ponemos en común los resultados de las distintas observaciones, se establecen las hipótesis de trabajo, y se diseña el proceso metodológico a seguir. Este proceso contempla técnicas cuantitativas y cualitativas, como son las entrevistas en profundidad y una encuesta a la población nacional sobre una muestra cercana a los 2.000 casos. El trabajo de campo se llevó a cabo en el mes de marzo. Ahora estamos analizando la información, y creo que pronto estaremos en disposición de presentar los resultados.
¿Qué indican los resultados preliminares?
Tenemos la receta y los ingredientes, estamos “cocinando”. El alto volumen de información cualitativa recogida ralentiza un poco el análisis. Ni el profesor Docampo ni yo misma tenemos dedicación exclusiva a la investigación, pero ya podemos adelantar algunas cuestiones relevantes. Podemos afirmar que vivimos en una sociedad bastante sensata. Tenemos el convencimiento de que, si la encuesta se hiciese en EE.UU., los resultados serían bastante diferentes. La preocupación de la población es alta, y esta es, en general respetuosa con las medidas. Se prioriza la salud a la economía, sin dejar de restar importancia a esta última. El grado de optimismo con relación a la evolución de la pandemia es bastante aceptable, así como la confianza en las vacunas.
Las diferencias en las perspectivas de futuro serán diferentes por edad. ¿Cómo ha afectado a la vida y las perspectivas en función de grupos etarios?
En lo que se refiere a la edad, hemos establecido cuatro grupos, los más jóvenes, hasta los 30 años, dos grupos intermedios que van de 30 a 50 y de 50 a 70, y un cuarto de mayores de 70. Y sí encontramos diferencias significativas aquí. Los jóvenes son más temerarios y su grado de preocupación por el contagio es menor, y, sin embargo, mucho mayor la preocupación por el confinamiento. Los más jóvenes perciben más acusadamente que los mayores, un empeoramiento de sus relaciones, especialmente las extradomésticas.
Quizás la mayor de las diferencias entre los jóvenes y los mayores, es el grado de acuerdo con las medidas adoptadas, los jóvenes se muestran bastante en desacuerdo con el cierre de la hostelería y el confinamiento total de la población. La salud es una prioridad más evidente para las personas mayores, como es lógico. Y también los mayores son menos críticos que los jóvenes y tienen más confianza en las vacunas.
En este caso, si bien los discursos extremos son los menos presentes en la población, el extremo negacionista acoge a un mayor número de jóvenes, frente al discurso contrario, de preocupación extrema, en donde se posiciona un mayor número de personas mayores.
¿Han encontrado diferencias significativas entre cómo lo enfrentan los hombres en comparación con las mujeres?
Las diferencias entre hombres y mujeres no son muy relevantes, pero podemos apuntar algunas. Es cierto que entre las mujeres la preocupación es algo mayor, y también mayor el acuerdo con las medidas tomadas, especialmente con el confinamiento total de la población. También las mujeres están un poco más satisfechas con la gestión de la pandemia. Las mujeres se inclinan, en mayor medida, a pensar que las relaciones han mejorado, especialmente con las personas con las que conviven.
La importancia que se otorga a la salud es más alta que la que se otorga a la economía, y también algo mayor en las mujeres. Mayor distancia muestran las mujeres de los varones al referirse a la confianza que tienen en las vacunas, mostrándose ellas más desconfiadas. Y en general, el grado de optimismo con relación a la evolución de la pandemia es también menor en las mujeres.
No hay diferencias de género significativas en los discursos, aunque puede verse que los discursos más extremos, están algo más presentes en los varones, tanto en el caso del negacionismo, como en el caso de los más aprensivos y temerosos de la enfermedad.
Para las personas mayores sabemos que ha sido especialmente duro – la enfermedad, el temor al contagio, aislamiento y soledad… – pero también en los jóvenes el impacto ha podido ser mayor, ¿no?
En principio pensamos en incluir adolescentes en la muestra, pero finalmente lo descartamos. Podemos entender que es uno de los colectivos más afectados por la pandemia, en lo que respecta a la salud social, al ver drásticamente reducidas sus relaciones, si tenemos en cuenta la importancia del grupo de pares en este tramo de edad. El miedo a la enfermedad, está también directamente relacionado con la edad. Los jóvenes tienen menos probabilidad de enfermar en general, y también en este caso, hecho que explica un menor temor al contagio en los más jóvenes.
Por otro lado, a los más pequeños, seguramente, les ha venido bien poder pasar más tiempo con las familias. Padres y madres han tenido que implicarse en su educación más de lo que venían haciendo, compartiendo más tiempo del habitual, y eso no puede verse negativamente.
¿Qué huellas nos dejará como sociedad la pandemia?
Quizás sea pronto para afirmar nada, pero hay cosas que sabemos que muy probablemente cambiarán. Como hemos oído en muchas ocasiones: “esto ha venido para quedarse”. Así puede ocurrir con el teletrabajo, algunas comunidades han comenzado a regularlo, por otro lado, los arquitectos y urbanistas se hacen eco de nuevas necesidades y soluciones habitacionales que hagan el confinamiento más confortable. El teletrabajo tiene sus pros y sus contras, y será necesario encontrar el equilibrio.
El comercio electrónico ha llegado, durante el confinamiento, a su máximo esplendor. Hemos ganado confianza en este terreno, y en esta sociedad acelerada, con déficit de tiempo, encontramos en el comercio electrónico una manera más cómoda de consumir. Sin duda, estos nuevos modelos de negocio se han visto impulsados con la pandemia.
Las relaciones personales se ven afectadas. Sin embargo, al contrario de lo que se pensaba, las relaciones domésticas han mejorado. Al contrario de lo que ha ocurrido con el resto de las relaciones sociales, que pueden haberse enfriado con la adopción de las medidas de confinamiento. No estoy tan segura de que hayamos aprendido a respetar y a valorar el papel de los cuidados y cuidadores. Tampoco el de la ciencia.
¿Qué otros momentos históricos se pueden comparar con este, a nivel de impacto social?
Parece difícil encontrar precedentes de semejante magnitud, pero a lo largo de la historia se han sucedido las pandemias, algunas con mayor impacto si nos referimos al número de muertos. El virus del SIDA ha dejado ya, y sigue dejando, más de 39 millones de muertos en el mundo. Se ha hablado mucho de la crisis sanitaria de 1918, conocida como la gripe española. Y aunque no podemos comparar la situación sanitaria de entonces con la que tenemos ahora, esas son cifras muy alejadas de las que tenemos hasta ahora sobre la covid-19. Las medidas como el estado de alarma o el toque de queda, hacen pensar en situaciones de guerra y conflictos territoriales. En España, todavía está presente en la memoria colectiva el impacto de la última guerra civil.
Las cifras de consumo parecen ya encaminadas hacia la recuperación y a parecerse a las del primer trimestre de 2020. ¿Hay un hartazgo en la población que nos lleva a la necesidad de intentar empezar a recuperar el tiempo perdido?
La teoría económica nos enseña que tras una caída brusca la recuperación se produce con mayor aceleración. Aquí ya nos movemos en el terreno de la mera especulación, pero parece obvio, que después de un largo encierro tengamos ganas de salir, en mi opinión, no de manera desenfrenada, sino con ciertos temores. Además, creo que hemos comprendido que el espacio doméstico también se puede disfrutar. Pero habrá que esperar unos meses para poder responder a esto.