El grito se escuchó este sábado en el estadio de Riazor y es más que probable que ni los que lo berrearon (seguidores del Racing de Ferrol) supiesen de que iba. Desde luego muchos de los jóvenes coruñeses que estaban en la grada lo ignoraban. “Illa, illa, illa, puta mascarilla”, entendieron bastantes de ellos. En realidad la ofensa no tenía que ver con la pandemia sino con la identificación de los coruñeses con la cascarilla. Durante años los habitantes de la ciudad eran para los del resto de Galicia, sobre todo para ferrolanos y compostelanos, unos cascarilleiros
El sobrenombre viene derivado del afecto que en A Coruña se tenía en los albores del siglo XX por la cascarilla, una fina lámina que se extraía del recubrimiento de la semilla del cacao y que ejercía como sucedáneo del chocolate, sobre todo en épocas de penurias o por parte de las clases menos pudientes
A Coruña tuvo durante décadas aroma chocolatero, puerto en el que se descargaban grandes cantidades de cacao. Pronto hicieron fortuna diversas fábricas y chocolaterías que se beneficiaban de ese trajín. En la calle Estrecha de San Andrés estuvo activa hasta los años noventa una que aromatizaba todo el entorno.
No siempre era posible disfrutar de la coruñesa tradición de tomarse un chocolate, costumbre que arraigó primero en la zona de paseo de la calle Real y luego, en los años cuarenta, se extendió a través de nuevos establecimientos como El Timón o Bonilla a la Vista. Pero en épocas de racionamiento el cacao era un bien preciado al que no todo el mundo podía acceder. La cascarilla lo sustituía y se tomaba en infusión, con agua o con leche. Había quien también agregaba pan (no era tiempo de galletas). De sabor más amargo que el cacao necesitaba además ser aderezada con bastante azúcar. En A Coruña proliferaron los sitios donde tomar la cascarilla y entró también en las hogares, sobre todo en el desayuno. También triunfo, seguramente exportada por emigrantes, en Latinoamérica, especialmente en Uruguay, Venezuela, Argentina o Chile.
Aquella cáscara del cacao se tenía como un desecho y se identificó con una época de estrecheces. Desde fuera de A Coruña el apelativo cascarilleiros sonaba desdeñoso por la humildad del producto. Pero para un coruñés fetén siempre ha sido un orgullo ser un cascarilleiro.