Estaba incómoda. Se alejaba de la comitiva para consultar el teléfono móvil, apenas interactuó con nadie y acabó por marcharse antes de tiempo sin acudir al cóctel con el que la Fundación Barrié obsequió a sus invitados, un tiempo para interactuar en distancias cortas en el que muchos de los presentes recordaron como algún exalcalde como Xulio Ferreiro ganaba puntos en ambientes que posiblemente no sentía como propicios. No es el caso actual. Ocurrió el jueves pasado con la alcaldesa de A Coruña, Inés Rey, cuya actitud y talante fue ampliamente comentado durante la inauguración de la exposición de arte asiático de la colección del matrimonio Rockefeller que la Fundación Barrié acoge en exclusiva para Europa. Al evento acudieron entre otros Diego Calvo, vicepresidente de la Xunta o el exalcalde Francisco Vázquez, del que en su día la alcaldesa fue admiradora y con el que a día de hoy no mantiene relación alguna.
Rey había pasado las horas anteriores en Mallorca, donde habló con José Hila, alcalde de Palma, sobre “ciudades amables y humanas”, según explicó el concello coruñés en un comunicado. De regreso, la alcaldesa se desplazó hasta la sede de la Fundación Barrié en los Cantones. Allí se situó, según apuntaron bastantes de los presentes, lejos de la imprescindible ética que los gobernantes deben de tener presente, un valor esencial, el de saber estar, una cualidad que tiene que ver con la capacidad para observar y adaptarse a lo que requiere cada situación por la que atraviesan. Incluso aunque estén en entornos que les disgustan o existan contingencias que les desagraden.
Inés Rey, que además de alcaldesa es la responsable de Cultura en el ayuntamiento, no supo estar el pasado jueves en la Fundación Barrié. La mejor solución quizás hubiese sido que disculpase su presencia en el acto.