“Ha sido uno de los fichajes más complicados de la historia del club”, introdujo Augusto César Lendoiro. Dos hermanos argentinos le escuchaban en la atestada habitación de decoración kitsch que durante años sirvió en la sede de la Plaza de Pontevedra para escenificar las presentaciones de los recién llegados al Deportivo. Lionel y Mauro Scaloni lo hicieron en diciembre de 1997 en un contexto complicado: el equipo, que venía de ser tercero la campaña anterior, estaba en puesto de promoción cuando ya se habían disputado 18 jornadas. Apenas había ganado dos partidos.
El Deportivo era Babel. Lionel Scaloni (su hermano Mauro llegaba para jugar en el Fabril) se convirtió a su llegada en el decimoctavo futbolista extranjero de un vestuario en el que estaban representados ocho países diferentes. “Vengo para aportar garra, temperamento y contagiar al vestuario con mi alegría”, explicó aquel chico serio, pelado y barbilampiño de apenas 19 años. En Argentina, siempre tendentes a la hipérbole, le habían catalogado como el nuevo Simeone.
Las referencias eran excelentes. Aquel verano Leo Scaloni, un centrocampista que jugaba en Estudiantes de La Plata, se había proclamado campeón del mundo sub-20 con Argentina, que entonces era el mayor caladero futbolístico del planeta. Fue en Malasia donde José Pékerman dirigió a un equipo comandado por dos talentos, Riquelme y Aimar, sobre los que ya se debatía si podían compartir el mismo once. Boca contra River. Aimar fue suplente en la final de un campeonato que se llevó Argentina tras una fase eliminatoria en la que dejó atrás a Inglaterra, Brasil, Irlanda (que había eliminado a España, donde el delantero titular era José Luis Deus) y en la final a Uruguay. Scaloni le había marcado un gol a los brasileños y dio la asistencia del gol de la victoria ante los charrúas, obra de Quintana, un pequeño delantero que luego pasó por el Murcia.
Tenía cartel Scaloni, pero el Deportivo le había echado el ojo y, Lucho Malvárez, un exjugador de Estudiantes que entonces era agente habitual del club en el mercado sudamericano empezó a tejer las negociaciones. A finales de agosto de 1997 mientras el club trataba de reponerse de la huida de Rivaldo y todos los focos apuntaban al regreso de Bebeto, a la postre fallido, se anunció la inscripción de una ficha a nombre de Lionel Scaloni. La documentación se envió cinco minutos antes del cierre del mercado.
Entonces era posible dar de alta a un futbolista sin tener cerrado un contrato con él. Así ocurrió entonces con Bebeto y Scaloni, que iniciaron sendos culebrones. El brasileño regresó a A Coruña, pero no llegó a un acuerdo con el club y su vuelta al club se frustró. El equipo ya había iniciado el desplome. En la sexta jornada, tras una derrota en casa contra el Valladolid, el técnico Carlos Alberto Silva fue despedido. José Manuel Corral se convirtió en un interino que, a la postre, llegó hasta final de temporada porque Lendoiro no pudo concretar su deseo de reclutar a Wanderley Luxemburgo, el arquitecto del cuadrado mágico del Palmeiras.
Scaloni vivió todos esos avatares desde Argentina. En septiembre su pase al Depottivo parecía cerrado a cambio de 600 millones de pesetas. Pero todo se complicó cuando se trató de destejer la maraña de intereses que rodeaba al futbolista, sobre el que también tenía derechos Newell’s Old Boys. Además se introdujo otra variable en la operación cuando la familia Scaloni (el padre operaba como intermediario) hizo ver que el joven Lionel, de apenas 19 años, debía trasladarse a España con su hermano mayor Mauro (23). La negociación encalló, sobre todo, cuando entre unos y otros en Argentina elevaron el precio de venta a los 1.200 millones de pesetas y sugirieron interés de equipos italianos, la nacionalidad del pasaporte de los futbolistas.
El Deportivo envió a Richard Moar a Buenos Aires. El club tenía dinero. Acababa de ingresar 4.000 millones por Rivaldo y buscaba refuerzos. Se filtró a los medios que el perfil que se buscaba era similar al de Zidane, que entonces empezaba a destacar en la Juventus. En aquel mercado invernal llegó Hadji. Y con él lo hicieron Manteca Martínez, Abreu y Scaloni. Entre todos se invirtió 3.000 millones de pesetas.
Scaloni fue el primero en llegar. Lo hizo en víspera de las Navidades. Pasó la Nochebuena en un hotel, con su hermano, el botones y un recepcionista. La tarde anterior, recién llegado a la ciudad, había pedido ropa y que le abrieran Riazor para dar unas carreras y tocar el balón sobre el césped de su nueva casa. Lendoiro anunció que el acuerdo por su traspaso se había cerrado por 2,7 millones de dólares (unos 400 millones de pesetas), pero que habría que doblar esa cantidad si tras la tercera temporada el Deportivo decidía quedarse con el futbolista. Los Scaloni se fueron del Deportivo en 2006. Tenían un año más de contrato firmado.
“Es de ese tipo de jugadores que pueden hacer club”, explicó Lendoiro en aquella presentación en el piso de la Plaza de Pontevedra. El 4 de enero de 1998 Lionel Scaloni debutó con el Deportivo, que recibió en Riazor a un histórico Sporting de Gijón que se fue de Riazor tras firmar una primera vuelta del campeonato sin triunfos y con tres puntos fruto de un trío de empates. El Deportivo formó con Songo’o bajo palos; Armando, Naybet, Donato y Bonnisel en la zaga; Scaloni, Mauro Silva, Flavio Conceiçao y Fran en el centro del campo; y Abreu en punta con Djalminha entre líneas. Un equipazo que pugnaba por evitar el descenso en medio de un ambiente enrarecido.
Al minuto de juego sucedió algo con lo que nadie contaba. Un error defensivo en cadena propició una a salida a destiempo de Songo’o y su expulsión. Corral tuvo que maniobrar para situar bajo palos a Rufai y sacó del campo al debutante. Riazor pitó la decisión. El estadio quería ver al nuevo. Pocos minutos después el Sporting se adelantó en el marcador, pero un gol de Naybet y otro de Abreu evitaron el ridículo y que el equipo cayese a puestos de descenso. Fue un mal día para los Scaloni. Por la mañana su hermano se había quedado fuera de la convocatoria del Fabril para recibir en A Grela al Caudal. El filial, con Carlos Ballesta al frente, era líder en Segunda B. “Todavía es pronto para verle”, dijo sobre Mauro.
– “Mal debut, ¿no?”, le preguntaron a Lionel Scaloni tras el partido.
– “¿Cómo que malo? No jugué. La pregunta está mal formulada”, replicó al periodista.
No fue el estreno soñado, desde luego. “Un jugador que no se enfada por algo así es que no tiene huevos”, apuntó aquel chico con ganas de revancha. Una semana después volvió a ser titular y jugó 70 minutos en Riazor contra el Tenerife. Y tres días después dio muestras de su polivalencia al alinearse en la Copa del Rey contra Osasuna como carrilero derecho en un equipo con tres centrales. El 1 de febrero un gol suyo valió un triunfo en Santander. No se apeó del once hasta el final del campeonato, aunque su participación en las dos siguientes campañas se opacó por la llegada de Víctor y de Manuel Pablo, que se convirtieron en los dueños del carril derecho.
Con todo, Scaloni encontró su sitio. La temporada del título de Liga apenas participó en 450 minutos, pero su imagen se asocia a aquel campeonato y la banda sonora de La Mosca. La lesión de Manuel Pablo le abrió las puertas de la continuidad como lateral derecho. Su rendimiento fue irreprochable, también su ascendente en la caseta, tipo comprometido, noble, de pueblo, con valores, desconfiado ante todo lo que rodeaba al fútbol. “Esto dejó hace tiempo de ser un juego y es un trabajo y un negocio”, repetía. En 2006 Pékerman le llamó de nuevo para integrar la selección, la mayor en el Mundial de Alemania.
Al final de aquel verano se produjo un abrupto final, entre reclamaciones de impagos y la decisión de dejarle, a él y a Diego Tristán, sin ficha. Scaloni ya había jugado media temporada cedido en el West Ham United. Era el capitán y el técnico Joaquín Caparrós no le quería en la plantilla. Había jugado 301 partidos oficiales con el Deportivo, con el que ganó una Liga, una Copa y dos Supercopas.
El 13 de septiembre de 2006 firmó por el Racing de Santander y todavía prolongó su carrera de corto once campañas más. Se retiró en 2015. Seis años después es campeón de América al mando de la selección argentina.