El final fue feliz, pero la temporada había sido tan extenuante que Arsenio Iglesias necesitó tomar distancia. Había cumplido su gran ilusión porque entonces no se soñaba con títulos sino que se anhelaba jugar en Primera División. El 9 de junio de 1991 el Deportivo regresó al lugar del que se marchó el 20 de mayo de 1973. Dejar atrás casi veinte años lejos de la máxima categoría del fútbol español no podía ser sencillo. “Si hasta se tuvo que quemar el meigallo, ¡me cago en la puñeta!”, exclamó Augusto César Lendoiro en plena celebración del éxito a los micrófonos de la Televisión Gallega.
Arsenio, que ya había cumplido los 60 años, dio un paso al costado. “Estoy cansado”, confesó. “La presión ha sido tremenda, claro, hombre, claro”, respondió a un periodista que le preguntó si había sido tan duro. “Coruña quería el equipo en Primera División ya en el mes de septiembre y eso no podía ser”. Aquel hombre emocionado y retranqueiro tenía una cuenta que saldar. “Aquel día del Rayo… Yo ya lo tenía todo hecho en aquel partido, pero se perdió y me dieron por desahuciado. Mucha gente habló contra mí más de la cuenta. Luego he vuelto, con mucha humildad y trabajo. Y ahora ascendemos. Para que seguir hablando…”.
Arsenio se fue. Y volvió una vez más para convertirse en el indiscutido mito del deportivismo. Los Riazor Blues, que entonces clamaban con orgullo que no eran ultras, lo resumieron en una tonadilla: “Hay un hombre en Riazor / que todos tratan como a un cabrón / Nadie se quiere acordar / que el fue quien nos ascendió / nos salvó en la promoción / y a la Uefa nos llevó / Tribuna menos criticar / dedicaos a animar / Arsenio tú nunca te irás / con los Blues siempre estarás”.
Puede que entonces hubiese más ingenio que para importar cánticos argentinos. Odio eterno al fútbol moderno dirían los demagogos. Loor a un año inolvidable, el primer éxito que disfrutaba en blanquiazul una generación de deportivistas que nunca había visto la Liga de Primera División en Riazor. Sucedió en una campaña abrupta en la que el equipo se hizo fuerte en casa (ganó 17 partidos de 19) y padeció un calvario a domicilio (perdió en nueve desplazamientos), en el que cada tropiezo abría una crisis porque la expectativa se había disparado tras quedar a un paso del ascenso en el campeonato anterior y reforzar el equipo con futbolistas de larga trayectoria en la élite.
“Volverá la alegría”, advirtió Lendoiro cuando aún no se había marchado de Riazor aquella tarde que el Tenerife superó al Deportivo en la promoción después de un empate sin goles en la ida en el Heliodoro Rodríguez. Xabier Azkargorta entrenaba al equipo canario, que había subido a Primera un año antes y no era precisamente un clásico entre los grandes, entre los que tan sólo llevaba un año, su segunda temporada en Primera 27 campañas después de su única experiencia. Pero el Tenerife estaba iniciando entonces su edad de oro, la que le tuvo diez ejercicios consecutivos en Primera e incluso le llevó a Europa.
Todo aquello parecía lejano para el Deportivo cuando empezaban los años noventa. Lendoiro cumplía dos años en el club, presidía al mismo tiempo el Liceo, que a finales de junio se proclamó campeón de la Liga de hockey sobre patines, era el líder de la oposición en el ayuntamiento y senador por el Partido Popular. 48 horas después del fiasco convocó una rueda de prensa y anunció no sólo la continuidad de Arsenio Iglesias al frente del equipo –“es una suerte contar con él como la tiene el Madrid con Molowny”, comparó- sino también los fichajes del meta Josu, procedente del Sestao, el centrocampista Albis, del Valladolid y el extremo Mújika, de la Real Sociedad. Y anunció también contactos con Albístegui, central del Mallorca.
El Deportivo tenía músculo económico, firmaba contratos plurianuales y buscaba refuerzos en Primera División. “Se hablaba de que el club podía desaparecer, pero encontramos ayuda porque duplicamos el número de socios. Y quiero tener además un recuerdo especial para el Banco de Comercio, que por medio de Manolete [exjugador del Deportivo y presidente del colectivo de veteranos del club durante los últimos años], creyó en nosotros. Cien millones de pesetas evitaron el descenso por impagos”, apuntó Lendoiro en aquella comparecencia.
En lo futbolístico se estaba empezando a construir algo. Y no hubo muchas dudas. Tanto los cinco futbolistas que acababan contrato (Fernando, Cayetano, Sredojevic, Óscar y Mella) como los cuatro que estaban cedidos (Raudnei, Hevia, Viña y Stoyanov) no siguieron en el club. El goteo de incorporaciones prosiguió. Dragi Kanatlarovski llegó con el aval de Carlos Ballesta, el segundo de Arsenio, que empezaba a peinar el mercado balcánico. “De todo lo que vi por Yugoslavia fue lo que más me gustó, pero que nadie espere a Schuster. Es sencillamente un buen trabajador en el centro del campo”, advirtió.
Kanatlarovski jugaba en un Estrella Roja plagado de talentos y se apuntó que un esguince de última hora le había alejado de la selección que estaba jugando esos días el Mundial en Italia. Alguien exageró la nota. Se trataba de un aceptable futbolista con una condición física precaria que ya advirtió el doctor Barbeito antes de su contratación. Lendoiro anunció que negociarían con el Estrella Roja para que le sustituyese otro compañero, pero no hubo caso. Se quedó en el Deportivo y Arsenio le empleó, entre algodones, indistintamente en el centro del campo y como líbero.
Pero el gran golpe llegó con las incorporaciones para la delantera. Joaquín Villa arribó desde Gijón con un bagaje de 122 partidos y 29 goles en las cuatro campañas anteriores en Primera. Villa era ya un clásico de la Primera División, tenía ofertas de Primera División, de Logroñés o Espanyol, pero conocía la ciudad de pasar vacaciones en ella y su agente era Miguel Santos, con el que Lendoiro empezó a entablar una entente que durante más de una década no cesó de traer talento al Deportivo y a la que puso colofón Javier Irureta. Más unido a Santos, tanto que luego trabajó con él, estaba Pello Uralde, mundialista en 1982 y de larga trayectoria en Real Sociedad, Atlético y Athletic. Su incorporación fue un bombazo, también la de Zoran Stojadinovic, que había salido cedido del Mallorca al Amberes belga tras un enfrentamiento con el técnico Serra Ferrer y ya había mostrado su pegada para contribuir, dos años antes, al ascenso del cuadro insular con 17 tantos. La delantera del Deportivo era la mejor de la categoría. Sólo la del Murcia, con los argentinos Comas y Aquino, se podía comparar.
Aquel año habían caído de Primera tanto el Celta como el Rayo. Y el Málaga lo hizo en la promoción tras una tanda de penaltis que ganó el Espanyol. Los andaluces se presentaron al inicio de la competición con un refuerzo estelar, el centrocampista camerunés Makanaky, que había impactado en el Mundial. Pero quien partió como un cohete fue el Murcia, que de los quince primeros partidos empató cuatro y ganó los otros once.
Entrenado por otro argentino, Felipe Mesones, el Murcia encontró su once nada más empezar el campeonato, un detalle que era clave en aquellos tiempos en los que la continuidad tenía más valor que las rotaciones, en un fútbol en el que la pelota ya circulaba con velocidad, pero no se activaban presiones tras pérdida como en la actualidad. El Murcia se construía de adelante hacia atrás, con dos delanteros que marcaron entre ambos 35 de los 56 goles que logró el equipo y varios pilares como el centrocampista uruguayo Correa, el mediocentro asturiano Eraña o el meta argentino Tubo Fernández.
Al Murcia se le esperaba, también al Málaga. Rayo y Celta padecieron un calvario y estuvieron siempre lejos de los puestos nobles de la tabla, donde se asentaron dos escuadras que llegaban de Segunda B. El Orihuela se conformó con un grupo de veteranos entre los que gobernaba José Luis, el líder del deportivismo en los ochenta. Con 32 años acababa de salir del Betis y encontró abrigo en un equipo coriáceo que integraba también a otro coruñés, Mauri. La abundante cuota de experiencia se completaba con tipos como Higinio, Subirats, García Pitarch o Chaparro. En la segunda vuelta sólo perdieron un partido, en La Condomina. Acabaron quintos.
Pero el equipo que más impactó fue el Albacete, que había estado cuatro temporadas en Segunda División y las cuatro había perdido la categoría. Aquel año fue el campeón bajo la dirección de un innovador que desafiaba las convenciones porque apenas tenía heráldica en el fútbol. Benito Floro sorprendió con un equipo de infinitas y entrenadas variaciones tácticas en ataque, algo contracultural en un tiempo en el que la faceta ofensiva se dejaba al amparo de la imaginación y el talento. Floro diseñó el queso mecánico, con dos refuerzos de vitola mundialista, el meta costarricense Conejo y el centrocampista Zalazar, de asombrosa pegada. Y exprimió el rendimiento de futbolistas como Coco, Catali, Menéndez, Corbalán o Antonio, que no volvieron a llegar al nivel que ofrecieron con el técnico valenciano.
Murcia y Albacete llevaron al Deportivo con el gancho durante toda la temporada. La normativa marcaba que ascendían los dos primeros clasificados y tercero y cuarto disputaban eliminatoria a ida y vuelta contra dos escuadras de la categoría superior. Tras algunos titubeos, el Deportivo se puso tercero y apenas olfateó la segunda plaza en tres jornadas alternas antes del epílogo. El problema era muy evidente: fuera de casa el equipo no funcionaba.
-“Si la gente no quiere el balón le está creando un problema al que lo tiene, porque no encuentra salidas”, explicó Arsenio tras uno de esos desplazamientos fallidos
– “¿Y como se cura eso?, míster”, le preguntaron en una rueda de prensa
– “Con penicilina, coño”.
“Supongo que habrá mucha presión”, se había prevenido Villa en su primer día en A Coruña. Hubo mucha más de la que pudo imaginar. Aquel verano, Lendoiro anunció que el club había ganado la campaña anterior más de 64 millones de pesetas, pero que arrastraba una deuda de más de 500, una mochila que según explicó podría aumentar en cuanto se pusieran al día con Hacienda. Pero la caja estaba llena. “Gracias a los beneficios de la temporada pasada podemos hacer frente a fichajes como los que hemos hecho”, enfatizó el presidente. El ascenso era un objetivo claro en una plantilla en la que crecían dos talentos locales (Fran y José Ramón) y a los que se les rodeó de experiencia y el acento singular de hasta siete futbolistas vascos (Josu, Sabin Bilbao, Albistegui, Aspiazu, Uralde, Mújika y Santi Francés). “Haremos fútbol gallego”, respondió Uralde cuando le preguntaron cual iba a ser el estilo del equipo. Algo así fue.
Aquel combo era muy grato de ver, al menos en Riazor. Esa era la ventaja en una campaña como aquella y sin que la televisión mostrase la cara del equipo lejos de A Coruña. La narraban José Gerardo Fernández en Antena 3 o Manolo Castelo en Radio Coruña. “¡Por los clavos de Cristo!”. Y de noche el deportivismo se congregaba ante la TVG para ver los escuetos resúmenes de aquellos partidos lejos de Riazor y certificar lo que antes habían escuchado por la radio.
Cerca de 5.000 personas acudieron ilusionados a la presentación del equipo en una soleada tarde de julio. Aquellos actos ya fenecidos nos remontan a un fútbol de otra época, saludos sobre el césped del presidente a los jugadores, breves alocuciones con una megafonía mejorable y un sinfín de tertulias en las gradas mientras los futbolistas se desentumecían sobre el verde y los más animosos cantaban los goles de una pachanga. Pero también eran actos en los que se marcaba el paso: “Estuvimos cerca de llegar a la final de Copa, pudimos ascender a Primera hace unos meses. ¡Estamos en condiciones de subir!”, clamó Lendoiro, que pidió la colaboración de todos para llegar a los 15.000 socios. Se quedó corto.
El Teresa Herrera animó a que se despachasen más abonos. El Deportivo cayó ante el Barcelona (0-2) y el Bayern (2-3), pero jugó muy bien. Y Fran sobresalió tanto que Johan Cruyff no se marchó sin reunirse con él y hacerle una oferta para vestir de azulgrana. La cruz del torneo fue la grave lesión de Gustavo, un lateral derecho con pasado en el Celta al que Arsenio empleaba como marcador. Pero se partió la tibia y el peroné en un choque contra un futbolista del Bayern.
El campeonato empezó para el Deportivo con buen pie, ganó los dos primeros partidos, se puso líder y deslumbró con una goleada (0-3) en Vallecas ante un rival que meses atrás jugaba en Primera. Uralde anotó dos goles en aquella matinal y parecía haberle ganado el pulso a Stojadinovic por un puesto en el once. Arsenio tenía las ideas claras. Josu estaba bajo palos. Antonio y Lasarte ejercían como marcadores de los puntas rivales y Albistegui libraba. El flaco Gil trabajaba la banda derecha y Sabin Bilbao la izquierda. Eran dos puñales. Kanatlarovski engranaba todo en la medular, pero con el paso de los partidos Jon Aspiazu recuperó su puesto en el once, donde ejercía como prolongación de Arsenio en el campo. José Ramón y Fran eran los interiores, Uralde y Villa los delanteros, con minutos para Stojadinovic. Mújika y Albis ejercían de revulsivos, pero a Arsenio tampoco le gustaba hacer muchos cambios. Si la cosa se ponía cruda algunos de esos tipos de la grada que no soportaban al entrenador, le gritaban con ironía: «¡Pon a Molinos!», un zaguero de la casa. Pero Arsenio no confiaba en sus cualidades.
El inicio alentador se oscureció con tres jornadas sin ganar. Un empate y una derrota en la vista del Bilbao Athletic y otra igualada en Sestao, un rival esquilmado en el que permanecía Mendilibar, un fino y cerebral interior que rechazó la oferta del Deportivo para incorporarse al equipo. “Este punto nos sabe a gloria”, valoró Arsenio tras el partido en Las Llanas. Todos los martes debía desayunarse con una ácida columna firmada por Carlos Fernández Santander en La Voz de Galicia. “Si queremos subir a Primera automáticamente hay que tener ambición. No vamos a pedir que nuestro Deportivo sea el Honved de comienzos de los cincuenta, pero al menos que sea como el Murcia”, escribió tras aquel partido correspondiente a la quinta jornada de Liga.
Propóntelo y vete
A Arsenio, que entrenaba a un equipo que lo ganaba todo en casa, con solvencia y habituales exhibiciones de fútbol de ataque, se le colocó la etiqueta de defensivo. Y se suscitó un plebiscito en la grada. “Arsenio, propóntelo y vete”, le sugirieron sin mucha mano izquierda en una pancarta colgada en la grada de Preferencia de Riazor. Pero la bancabas, con un aluvión de gente joven, estaba con el técnico. También con los jugadores. Una ola de optimismo y frescura despejó las tinieblas que rodeaban al equipo. En octubre el Deportivo ya pasaba de los 16.000 socios, que habían dejado en el club más de 134 millones de pesetas.
Con todo, un triunfo por la mínima en Riazor ante el Avilés, un recién ascendido, se saludó con abucheos y muestras de desagrado. Tampoco Arsenio estaba contento. “Jugamos mal, con mucha comodidad, poca agresividad, sin dinamismo ni rabia. La gente tiene razón al exigir más, pero les pediría que siguiesen animando al equipo”, explicó. Riazor sostuvo al equipo, también lo hizo un triunfo de prestigio en Málaga con gol de Fran en el último minuto. A esa altura el Deportivo jugaba con diez hombres por expulsión de Kanatlarovski y Stojadinovic operó en los últimos minutos como central. “Habrá que arreglarle el contrato para que trabaje en dos sitios”, ironizó Arsenio al final.
Hubo jornadas memorables como aquella noche de lluvia incesante y goleada al Celta (3-0). Pero ni siquiera en días así se evitó la polémica. Stojadinovic, que salió como titular, marcó dos goles, Arsenio le cambió a menos de un cuarto de hora del final y se fue tarifando. Al técnico le preguntaron tras el partido que pensaba el desplante. “Agora só penso en marchar á casa”, replicó. El ambiente en el estadio fue electrizante aquella invernal noche de diciembre. “Jamás había visto nada parecido”, valoró Albis, que jugó veinte minutos y provocó dos penaltis.
Después de los incidentes acaecidos tres años atrás en un derbi que decantó para el Celta una actuación nefasta de Díaz Vega, miles de aficionados celestes se volvieron a desplazar a Riazor a pesar de la petición de Antonio Nieto Figueroa “Leri”, concejal vigués que acuñó un eslogan: “Non piques, non vaias”. En su lugar ofreció una retransmisión del partido micrófono en mano, y ante unas pantallas gigantes, en el polideportivo de As Travesas. Congregó a 300 celtistas que comenzaron a desfilar antes del final del partido. Mientras tanto, en Riazor la afición deportivista coreaba el nombre del inventor del viguismo y concejal del VIGO (Vigueses Independientes Gobernantes).
En la jornada 16, la última antes de las campanadas de fin de año, el Deportivo venció al Palamós (3-0) y un tropiezo del Lleida, que iba segundo, en Bilbao situó de nuevo a los blanquiazules en puesto de ascenso directo. Desde la tercera jornada no estaban tan arriba, pero el calendario deparaba entonces una visita a Lleida que fue traumática, con derrota e injusta expulsión de José Ramón antes del descanso. Gracia Redondo era el árbitro aquella tarde del día de Reyes. Castelo lo explicó en Radio Coruña: “¡Carota!”.
Con la cadencia de victoria en casa y derrota fuera, el Deportivo llegó al final de la primera vuelta en la tercera posición. Una derrota en Murcia (3-2) le dejó siete puntos por detrás del líder y a tres de distancia del Albacete. Arsenio se descolgó tras el partido con unas declaraciones censurando la actuación de un juez de línea, “un barbudo que no tenía ni idea”. Aquel día el Deportivo estrenó una audaz camiseta que conjuntaba rayas azules y blancas horizontales y verticales.
“Escapado, pues, el Murcia, bueno será apretarse a la lucha por el segundo puesto”, diagnosticó Carlos Fernández en La Voz de Galicia. Una goleada (3-0) al Rayo en Riazor precedió otra decepción, esta vez en Las Palmas, que propició una emotiva carta abierta a los jugadores de José Gerardo Fernández en el programa de deportes local de Antena 3 Radio, la indiscutible referencia diaria para el deportivismo. El equipo estaba a cinco puntos del Albacete, o lo que es igual, a dos partidos y un empate. “Vean señores Arsenio y Lendoiro como el camino para subir de categoría no era solamente fichar a gente de fuera sino también promocionar lo de casa, dirigido por un técnico que arriesgue”, escribió Fernández Santander. Hay debates que semejan eternos.
El calendario llegó en auxilio del equipo. De los cuatro partidos siguientes tres fueron en Riazor y uno en Avilés, en un duelo en el que el equipo prácticamente jugó como local. Los partidos en casa supusieron seis puntos y la visita al Muro de Zaro avilesino acabó en empate (1-1), con gol de Uralde. El equipo se rearmó y de las doce últimas jornadas apenas cayó en tres, en las visitas a Sabadell y Jerez y en un inopinado borrón en casa frente al Eibar, la única derrota en Riazor aquella temporada.
Fue entonces, tras aquel tropiezo, cuando semejaron volver los fantasmas. El partido contra el Burgos con Pes Pérez de protagonista y el gol anulado a Cocco, la debacle del 83 contra el Rayo, aquella derrota en Oviedo tres años después con un discutible penalti pitado a Sánchez Candil, la increíble liga del play-off con el penalti de Alvelo, la promoción contra el Tenerife… El deportivismo, la memoria de su gente, todas las vivencias de los aficionados nacidos a finales de los sesenta, se nutrían de postreras desilusiones. Aquella tarde contra el Eibar, cuando Barriola controló el balón con el brazo y culminó una remontada del modesto equipo vasco, todo ese hilo desgraciado pareció volverse a tejer sobre el Deportivo.
Lendoiro tomó la palabra tras el partido: “Es el momento más difícil de los últimos meses”, valoró. Y lanzó una petición: “Igual que un día se me pidió, casi se me exigió, que me hiciese cargo del club, yo ahora le pido a los seguidores que arrimen el hombro. No hay nada perdido”.
La perspectiva más inmediata era un partido en Balaídos, escenario en el que el Deportivo no ganaba desde 1951. Como para romper cuarenta años de sequía en aquella campaña de tanta abstinencia fuera de casa… Se firmaron tablas, un empate a cero. Pero a Lendoiro no le faltaba razón, el Deportivo estaba a un punto del Albacete, el segundo clasificado, al que le temblaba la paletilla. Entre marzo y mayo estuvo ocho jornadas sin ganar. Lo hizo en las cuatro últimas y ese esprint le dio el campeonato y el ascenso. Pero entonces el que vacilaba era el Murcia, que con cinco jornadas por delante le llevaba cinco puntos al Deportivo, que encontró la manera de reforzarse. Aquel partido en Vigo lo presenció desde la grada un espigado yugoslavo llamado Miroslav Djukic, que además en los primeros entrenamientos en el campo de A Torre se había mostrado como un buen lanzador de penaltis.
Sendas derrotas en Elche y Las Palmas le complicaron la vida al Murcia. Y la épica comenzó a acompañar al Deportivo. Villa le dio el triunfo al equipo contra el Salamanca en el minuto 90. Arsenio no acabó el partido en el banquillo porque Esquinas Torres le expulsó por protestar. “Les dan un pito y desafinan”, concluyó el técnico de Arteixo a modo de resumen. Le hicieron ver que quizás le echó por un gesto que le hizo con una mano. “Se ve que no soy manco todavía…”, apuntó. Aquel día debutó Djukic, que sorprendió por su elegancia y manejo con la pelota. Ballesta le había encontrado sin esperarlo en un viaje a Belgrado al que había acudido a ver a otro futbolista.
El deportivismo vivía en estado de nervios, pero el equipo se había colocado segundo porque el Albacete había empatado con el Málaga. Y el Murcia, derrotado en Elche, estaba a tiro, a dos puntos con la perspectiva de un duelo final en Riazor. Todo coincidía además con el inicio de un proceso electoral en el que Lendoiro firmaba contundentes proclamas en anuncios pagados en la prensa local para intentar desbancar a Francisco Vázquez de la alcaldía. Pero el presidente del Deportivo se multiplicaba (hubo quien sostenía que había cuatro Lendoiros, uno en el ayuntamiento, otro en el Senado, uno que iba al Liceo y otro que seguía al Deportivo) y no faltó al desplazamiento a Palamós, donde otro empate volvió a propiciar que el equipo bajase un escalón en la clasificación.
Los tres últimos partidos fueron tres victorias del Deportivo. El partido contra el Lleida se adelantó para que no coincidiese con la jornada electoral que involucraba al presidente del club, que aquel fin de semana ganó en el fútbol y perdió en las urnas. Vázquez logró su mayoría más aplastante en unas elecciones municipales (18 ediles por los 9 de Partido Popular), Lendoiro celebró en el estadio una contundente goleada ante el Lleida (5-0). El fiasco político fue duro para el mandatario blanquiazul porque coincidió con el triunfo generalizado de los populares en numerosos ayuntamientos. No en Coruña.
El Deportivo dependía de si mismo porque aunque era tercero, pero seguía a dos puntos del Murcia. Y en la mirilla estaba el partido entre ambos de la última jornada. Antes hubo que viajar al campo del Levante. “Jugarán primados”, avisó Albístegui. “Si ganamos subiremos”, advirtió Villa. 3.000 personas se congregaron en el estadio valenciano, la mitad de ellos eran deportivistas y disfrutaron de un triunfo (0-2, a pesar de fallar un penalti en el inicio del segundo tiempo) que Arsenio dedicó a “quienes siguen al equipo por España adelante, sin apenas dormir”. El entrenador habló después del partido al borde del llanto, pleno de sentimiento: “Nadie sabe lo que siento por ellos cuando los veo por ahí, por España adelante, descamisados y sin dormir…”.
9 de junio, el día D
Aquella semana regresaron los viejos demonios deportivistas, pero también lo hizo la esperanza. “Siempre hay que jugar al fútbol pensando en la gente de la grada”, decía Pello Uralde. Algo cambió en el deportivismo aquel año. Llegó el 9 de junio, la historia conocida, la bengala marítima (como la que casi un año después mató a un niño en el estadio del Espanyol) que se estrelló contra la cubierta de Preferencia y generó un incendio que detuvo el partido cuando apenas acababa de comenzar. Pero todo estaba en orden:
-«Arsenio, chegou o día D», le preguntó Benito Cores, reportero de la TVG ya sobre el césped.
-«Sí, home, sí. O día D gañar», le contestó Arsenio.
En efecto, el Deportivo debía vencer para subir a Primera, al Murcia le bastaba el empate y fue mejor durante la primera parte, cuando tuvo ocasiones para ponerse en ventaja. Pero tras el descanso marcó Stojadinovic dos veces y la ciudad se echó a la calle. Las críticas a Arsenio desaparecieron como por ensalmo. “Yo sólo me limito a decir que hace tres años fueron a buscarme a Santiago, y que en mi primera temporada llegamos a la semifinal de la Copa del Rey, en la segunda jugamos la promoción y ahora, en la tercera, hemos consumado el ascenso. Eso es así. Lo demás es pura palabrería”, resumió el entrenador.
El Murcia cayó en la promoción contra el Zaragoza. El equipo pimentonero estaba desfondado. En la década de los ochenta había disputado seis temporadas en Primera División, pero desde 1989 sólo ha jugado dos campañas en la élite y en ambas bajó de inmediato. En 2014, cuando el Deportivo subió al máximo escalón por última vez también disputó la promoción, volvió a caer y semanas después sufrió un descenso administrativo. Desde entonces jugó en Segunda B y la próxima campaña lo hará en Segunda Federación. Aquellos dos goles de Stoja abrieron la edad de oro del Deportivo, llevaron a que Lendoiro gritase desde el balcón del ayuntamiento, vecino a su rival Vázquez: “Barça, Madrid, ya estamos aquí”.
Hace ahora treinta años.