Ya se pueden esforzar los corifeos mediáticos de Inés Rey para intentar ensalzar una gestión que deja a la ciudad peor incluso que con la Marea Atlántica, algo que parecía impensable al inicio del mandato. La ciudad hundida en la oscuridad en aplicación del decreto de Pedro Sánchez de supuesto ahorro energético no es más que el reflejo de una alcaldesa que no pasará a la historia por ser la más trabajadora de la corporación. Ni de sus antecesores.
Y eso que Inés empezó el mandato con la mejor de las aspiraciones. «Quiero que sea la legislatura del diálogo», dijo ante unos coruñeses hartos de la intolerancia sectaria de un amplio sector de la Marea, sus triquiñuelas para beneficiar a unos pocos y la facilidad para enfrentarse a todo el tejido de la ciudad como si todo lo hubieran inventado Xulio Ferreiro, Iago Martínez y sus amigos.
Pero las buenas intenciones de Inés Rey quedaron reducidas a un titular de prensa, al bien pagado cariño de algunos medios escogidos y a poco más. Porque, por mucho que usted piense, pocas aportaciones se le ocurrirán con las que Inés Rey pueda entrar en la historia de la ciudad.
La coartada de la pandemia sirve para tapar algunos de esos meses sin actividad. También muchos contratos de urgencia que la ciudadanía sigue esperando a conocer para ver quién se benefició de las prisas y si fue por cuestiones que poco tenían que ver con la necesidad de los coruñeses.
La mayor aportación de Inés Rey y su equipo han sido las broncas internas del PSOE. Ha cambiado de jefe de prensa, de jefe de gabinete y de varios concejales. Hubiera querido prescindir de más, pero la resiliencia de algunos, como Eva Acón o su antes amiga Esther Fontán, han propiciado un grupo socialista absolutamente desnortado, sin coordinación y sin grandes perspectivas de futuro para todos aquellos que sean ajenos al clan Rey-Lage Tuñas.
También podrá lucir en su hoja de servicios Inés Rey el incremento de los problemas de tráfico en la ciudad. Primero con la proliferación de terrazas por todas las calles, que eliminan plazas de aparcamiento (establos en la rupestre terminología de nuestra todavía alcaldesa). Luego, con peatonalizaciones sin ton ni son, que inutilizan zonas de paso claves en la ciudad, como la calle Compostela, donde curiosamente trabajaba la regidora antes de que el pacto con Marea y BNG le diese el batón de mando en María Pita. Y lo mismo podría decirse de muchas otras actuaciones aisladas por toda la ciudad que dejan un reguero de problemas.
La solución a todo ello es una reforma del estadio de Riazor innecesaria con un equipo en Tercera División y con un coste que dependería de una hipotética concesión de la categoría de sede en el Mundial del 2030 o el 2034.
Por no hablar de la parálisis que otra vez se ha apoderado del área de Urbanismo e Infraestructuras, obligando a los coruñeses a pedir permisos para obras menores con el único fin de engordar unas estadísticas que, pese a todo, siguen siendo lamentables, a años luz, por ejemplo, de Vigo.
Y qué decir de Alvedro. El aeropuerto languidece ante la dejadez de la alcaldesa que perdió la histórica e importantísima conexión con Heathrow, mientras los aeropuertos limítrofes de Galicia y Asturias logran frecuencias que deberían llegar a A Coruña en otros tiempos de mayor potencial e influencia política. La ciudad se queda a oscuras mientras un contrato de 30 millones en farolas va camino de los juzgados para preocupación de Lage Tuñas y otros conocidos personajes de la ciudad.
La inercia se acaba y el futuro de las próximas generaciones se juega en unos meses con la movilización de fondos que debe modernizar nuestras infraestructuras y sistema productivo para no depender únicamente de la salud de Amancio Ortega y del bienestar de sus hijas Marta y Sandra.
Ojalá Inés Rey y Lage Tuñas aparquen sus ambiciones políticas, que están situadas más allá de A Pasaxe, y dediquen unos pocos minutos a trabajar, verbo complicado, por el interés de la mayoría. Será difícil.