A Coruña, ciudad siempre abierta, también es refugio. Y un día quiso tener también su casa, una Domus de alma romana, cuerpo japonés y espíritu atlántico que alberga desde el 7 de abril de 1995 el primer museo interactivo dedicado al ser humano.
El japonés Arata Isozaki fue el arquitecto que le dio forma. Invitado por el alcalde Francisco Vázquez, llegó del otro extremo de la península, desde Barcelona, donde había diseñado el Palau de la Música, y acabó por enamorarse de A Coruña en los múltiples viajes que hizo para supervisar las obras. Incluso llegó a reconocer que fue uno de sus proyectos favoritos y repitió gran parte del concepto cuando, en 2008, construyó el Museo de Arte de Pekín.
Tanto por la profundidad de su contenido como por su forma de vela frente al atlántico, la Domus es ya un icono de la ciudad herculina que mira al mar desde hace 26 años.
El fondo: “Conócete a ti mismo”
El lema del museo es «Conócete a ti mismo, como individuo y como especie», recuperando el nosce te ipsum de los filósofos griegos, inscrito en el templo de Apolo en Delfos. Un objetivo que hace que sea una institución siempre viva, un espacio que es punto de encuentro y uno de los “templos del conocimiento” junto a los otros dos Casas, la de las Ciencias y la de los Peces, compone tríada de los museos científicos de A Coruña.
La genética, la evolución y la identidad del ser humano conforman el itinerario en un recorrido por 1.500 metros cuadrados. Entre sus paredes han tenido lugar cientos de talleres escolares sobre temas como la revolución biotecnológica, el desarrollo de fármacos y hasta disecciones en directo. Espacios para experimentación, laboratorios, robótica, cine…
Visita obligada para todos los escolares gallegos, tiene entre otros méritos haber despertado vocaciones científicas y habernos enseñado en la tierna infancia cómo venimos al mundo a través de un vídeo en VHS que ya forma parte de la historia de una generación.
La forma: un velero de pizarra y granito
La primera piedra se puso en 1993 y para su construcción se emplearon 30.000 toneladas de granito, y miles de ladrillos de pizarra componen su vela hinchada como si fueran escamas iridiscentes, fijándose en la dureza de materiales locales que llegaron de canteras de Lugo y Ourense.
La elección de estos materiales no fue solo por estética. Una de las características del arquitecto japonés es la utilización de materias primas locales y la incorporación de técnicas y formas propias del lugar de la instalación. Para la construcción del Palau en Barcelona, eligió zinc, baldosas y travertino, fusionando la curvatura del edificio con la ladera del Montjuic. Su techo abovedado utiliza técnicas de bóveda catalana para formar un perfil inclinado que recuerda a los templos budistas.
En 2019 Arata Isozaki recibió el reconocimiento más elevado al que puede aspirar un arquitecto, el Premio Pritzker de arquitectura. En su fallo, el jurado destacó su «profundo compromiso con el arte del espacio». Un compromiso que nació, cuando con solo 14 años vivió la destrucción de Hiroshima y Nagasaki bajo bombas nucleares en el fin de la Segunda Guerra Mundial, y desde entonces, supo que querría construir espacios de diálogo, templos de cultura.
Escalinatas que parecen caer al mar sobre una cantera de granito y terrazas capaces de trasladarte al medio del océano en una lenta puesta de sol, la Domus cuenta con un guardián siempre vigilante, el soldado romano de Fernando Botero que protege y saluda la entrada de la “casa”. Una figura que, por cierto, cuenta con dos copias, una Armenia y otra en Japón.
La Domus, en palabras del jurado del premio Pritzker «supera el marco de la arquitectura para plantear cuestiones que trascienden eras y fronteras». No se podría haber dicho mejor para esta obra entre lo local y lo universal que se puso a dialogar, casi sin quererlo, con el obelisco Millenium que conmemora la entrada en el nuevo siglo al otro lado del Paseo Marítimo.