Aquella primavera el Deportivo padeció uno de los mayores golpes de su historia, el Liceo ganó su primera Liga y florecieron partidos políticos en A Coruña. Lo hicieron de tal manera que en las elecciones municipales de aquel mes de mayo de 1983 en ningún concello se pudo elegir entre tantas opciones a la hora de acudir a las urnas. Hasta 14 papeletas había sobre la mesa en A Coruña, hito jamás igualado desde entonces. En aquel tiempo de efervescencia social y política en la ciudad se presentaron tres fuerzas políticas autodenominadas independientes porque no dependían de ninguna estructura conformada más allá del Pasaxe, y que abanderaban un fenómeno que suscitó filias y fobias, el coruñesismo. No se reducía a esos versos sueltos de la política local, pero en un curioso taifas, Independientes en Defensa de La Coruña, Acción Coruñesa y La Coruña Unida presentaron tres listas diferentes a las elecciones. Buscaban un voto que bullía tras la histórica manifestación del 8 de junio de 1982 en defensa de la capitalidad autonómica de la ciudad.
Las crónicas aluden a que aquel día se vivió la manifestación más multitudinaria jamás vista en la ciudad. Más de 150.000 personas en las calles y un fervor que invitaba a quienes miraban a la masa desde las ventanas a bajar y unirse. Y la gente bajaba a la calle. Un inmenso gentío se quedó sin poder acceder a la Plaza de María Pita, atestada en el final de la marcha. A Coruña defendía con aquella demostración su derecho histórico a ser la capital de Galicia, pocas semanas antes de que el primer Parlamento autonómico votase que Santiago de Compostela debía ser no sólo su sede sino también la del Gobierno de la Xunta y sus consellerías.
Aquel fue el final de un camino de tres años en el que la asociación Amigos de La Coruña y una denominada Junta de Defensa de la Capitalidad dinamizaron la oposición al anteproyecto de Estatuto de Autonomía que designaba la sede de las instituciones de la administración naciente. El 28 de abril de 1979 una asamblea popular abarrotó el Palacio de los Deportes de Riazor. El ayuntamiento cobró 125.000 pesetas a los organizadores por el alquiler de la instalación y la silla reservada al alcalde Domingo Merino, que no llevaba ni un mes en el cargo, se quedó vacía. “La Coruña no va a perder nada de lo que tiene y debe ser la primera defensora de los derechos nacionales de Galicia”, explicó después el primer alcalde democrático de la ciudad, pero no el más votado entonces en las urnas.
El evento sirvió para proyectar la figura de Francisco Vázquez, que convaleciente de un accidente de tráfico, necesitó ayuda para subir al estrado. Aquel joven coruñés que acababa de cumplir 33 años ya era diputado en Madrid y secretario general del PSOE en Galicia. “Mi obligación es definirme y no puede ser que 16 personas (los ponentes del anteproyecto de Estatuto) puedan cambiar la capitalidad, que únicamente le corresponde a La Coruña”, explicó entre el fervor popular. José González Dopeso, presidente de la Asociación de Amigos de La Coruña le relevó en el uso de la palabra, antes de que el acto se cerrará al son del himno gallego, para señalar a Vázquez: “Es un ejemplo de coruñesismo”.
Aquella catarsis en el Palacio de los Deportes dejó herido a un alcalde que daba sus primeros y precarios pasos. Domingo Merino Mexuto, fallecido en febrero de 2018, se había presentado a las elecciones municipales al frente de Unidade Galega, un conglomerado de fuerzas nacionalistas (Partido Galeguista, Partido Obreiro Galego y Partido Socialista Galego) que hizo una excelente campaña. Merino, un magnífico jugador de ajedrez al que llamaban el Bobby Fischer gallego, lideró una candidatura muy bien construida, con profesionales del sector del sector educativo, varios médicos y, sobre todo, responsables de las entonces pujantes asociaciones de vecinos. En su programa electoral figuraba la utilización del idioma gallego en todas las comunicaciones del ayuntamiento o la construcción de un gran paseo marítimo que rodease la ciudad. Pensaba que con esos mimbres podía llegar a obtener tres concejales. Logró cinco y la alcaldía.
El Pacto del Hostal benefició a Merino. Un acuerdo por el que los socialistas, que habían logrado seis ediles en A Coruña con Antonio Carro al frente de la lista electoral, garantizaron las alcaldías de Vigo y Ferrol al PSOE a cambio de ceder la de capital herculina. Unión de Centro Democrático había sido el partido más votado, más de 24.000 sufragios y ocho concejales. Su candidato a alcalde era Joaquín López Menéndez, el presidente de su comité local, pero apenas uno más en un colectivo plagado de barones que atendían a otros espacios de poder. En la presentación de su candidatura, bajo el lema «La Coruña necesita un alcalde urbanista», López Menéndez quiso dejar claro algo que después ya no fue tan evidente: “Para UCD la capital de Galicia es La Coruña”.
El Pacto del Hostal y la epifanía del coruñesismo nacieron, pues, casi al mismo tiempo. Merino trato de sacar adelante un audaz programa de izquierdas, pero no dejó de penalizarle la estrategia de su partido, que jamás dejó de apostar por la capitalidad compostelana. Y el Pacto que sostenía su gobierno se rompió en el amanecer de 1981 tras poco más de un año de inestabilidad. Dimitió apenas una semana después de que Tejero asaltase el Congreso y en la izquierda coruñesa, completamente fragmentada, propició que con apenas 12 apoyos López Menéndez llegase a la alcaldía. Cuatro votos nulos (dos del BNG y dos del PSG, entre ellos un decepcionado Merino) lo permitieron. “Mi programa será el de todos”, dijo el nuevo mandatario.
Aquella corporación con hasta seis partidos representados (UCD, Alianza Popular, PSOE, Unidade Galega, Bloque y Partido Comunista de Galicia) avanzó como pudo hasta el final de un trayecto que no dejó de ser convulso porque en mitad de camino el alcalde y tres de sus concejales fueron expulsados de su propio partido. En el verano de 1982 Adolfo Suárez dejó la UCD, el partido que había fundado y este se precipitó hacia el abismo.
López Menéndez reconoció después que todo aquel proceso le había traumatizado. Su actuación fue dubitativa. Anunció en público que al finalizar su mandato no continuaría en la UCD, pero no realizó ningún movimiento más y durante unas vacaciones en Venezuela se encontró con que el partido le había expulsado. Cuando regresó ya le habían puesto fecha de caducidad: en la última semana de noviembre un pleno extraordinario decidiría su marcha y nombraría al tercer alcalde en tres años.
Pero de manera inopinada, mientras media UCD votaba en contra del que había sido su líder, los socialistas y los comunistas decidieron apoyar a López Menéndez, que siguió en el cargo el medio año que restaba hasta las elecciones. Durante ese tiempo intentó buscar acomodo político. Tanteó a los socialistas, a Alianza Popular y al nuevo partido de Adolfo Suárez, el Centro Democrático y Social, Flirteó con los Independientes en Defensa de la Capitalidad y acabó por saltar al ruedo con un proyecto propio, Coruña Unida, al que no tardó en agregar el “La”. Les llamaron “Los Gordos”. López Menéndez, Luis Ripoll y Álvaro Someso tenían presencia, pero nunca tuvieron opciones de ganar las elecciones. Cuando en la Semana Santa de 1983 Francisco Vázquez anunció su candidatura, todo pareció sentenciado. En la capitalización del coruñesismo, Vázquez iba muy por delante porque además entendió que para conformar una mayoría no debía seducir tan sólo al voto socialista. Enfrente se encontró a su viejo admirador González Dopeso. Acabaron siendo gobierno y leal oposición. Tan leal que apenas duró cuatro años.
Pero a la disputa del voto coruñesista se apuntaba desde varios puntos. “Las formaciones independientes son figuras que no debería existir, pero el momento político que viva una ciudad lo pueden fomentar. Son el producto de la desconfianza de la gente hacia las interioridades de los partidos”, explicaba López Menéndez en la gestación de su proyecto localista. No le sobraba el dinero para hacer campaña, pero sí que había llegado a la gente con un mensaje de orgullo: “La Coruña tiene que ser una ciudad locomotora de Galicia en aspectos como la cultura. Y no puede perder su identidad para desarrollar el puerto, la autopista, el ferrocarril y la descentralización de la ciudad”.
Aquel alcalde expulsado de su partido y apoyado por fuerzas de derecha y de izquierda estaba en la cima de su popularidad mientras buscaba acomodo para dar continuidad a su carrera política. El 27 de marzo de 1983, la Discoteca Manuel, en Santa Cristina, acogía la entrega de los premios Coruñés del Año, la cuarta edición de un galardón que entregaba el Español de Santa Lucía, una entidad presidida por un audaz dirigente treintañero llamado Augusto César Lendoiro, que también mandaba en el Liceo de hockey, camino de ganar su primera Liga. López Menéndez quedó finalista en aquella edición, apenas superado por Santiago Rey Fernández-Latorre, editor de La Voz de Galicia, que le superó por 28 votos a 11. Todo se enfocaba en clave coruñesa. En su alocución al entregar los galardones, Lendoiro glosó la trayectoria de ambos finalistas, a López Menéndez le felicitó por su “gran aportación a la ciudad” y a Santiago Rey le animó a que “su voz sea una garra que haga de los coruñeses algo tan fuerte como los gritos de esos niños recién nacidos que atiende el doctor Ron”. Cuatro años después, Lendoiro optó por primera vez a ser alcalde en las filas de Alianza Popular, el partido fundado por Manuel Fraga.
Tres días después de aquella noche en Santa Cristina, se formalizó la candidatura de La Coruña Unida con López Menéndez al frente. Pero no fue la única opción con la etiqueta coruñesista en la frente. Independientes en Defensa de la Coruña presentó una lista que durante semanas se especuló que iba a ir encabezada por el propio alcalde. Al final quien la lideró fue el edil Roberto Moskowich, uno de los expulsados de la UCD. “La Coruña está por encima de cualquier partido o ideología”, explicó en la presentación de su proyecto. “No busquen en este listado a santones del caciquismo ni a barones de la política sino a personas de extracción popular que se han criado o viven en la mayor parte de los barrios de La Coruña”, matizó.
Los Independientes en Defensa de La Coruña manejaban un decálogo en el que ya no figuraba la reivindicación de la capitalidad, que se daba por perdida. Reivindicaban que se estableciese alguna consellería en la ciudad. Y bastantes de sus peticiones se identifican ahora con la hoja de ruta que siguió la ciudad en los años siguientes bajo el mandato de Francisco Vázquez. Quizás era otro independiente en defensa de La Coruña: “Potenciar el aeropuerto de Alvedro; instalación de facultades universitarias en la ciudad, nueva escuela de Idiomas y conservatorio e implantación del INEF Galicia; mantenimiento en la ciudad de la Capitanía General; apertura de un Hospital Materno-Infantil; relanzar el puerto pesquero y el comercial o la petición de la sede de la Delegación del Gobierno en Galicia”. La gente en las urnas decidió que los pilotos de ese camino fuesen otros y no opciones Moskowich o un joven Carlos Marcos, que anunciaban una “lucha sin desmayo para que La Coruña vuelva a ser cabeza, guarda y llave, fuerza y antemural del Reino de Galicia”. Sumaron 889 apoyos entre un censo de más de 170.000 votantes.
Tampoco corrió mejor suerte Acción Coruñesa, que presentó como candidato a la alcaldía a Benigno Sánchez Lebón, práctico del puerto coruñes que se había hecho famoso por sobrevivir al accidente del Urquiola tras nadar durante tres horas hasta la costa de Mera. Le flanqueaban en la candidatura el economista Fernando Ansede. Gonzalo Soto era el número tres.
Acción Coruñesa rechazaba los cambios “al gallego” en el callejero que se habían introducido durante el mandato de Merino y reclamaban la restitución de varios nombres en rúas y plazas como la de Capitanía, que según ellos debería de volver a llamarse General Franco, “con el fin de que no sean un bisturí que abra viejas y dolorosas heridas históricas”. También tenían una posición frontal contra el nuevo y rupturista Plan General de Ordenación Urbana promovido por el edil comunista Rafael Bárez y proponían que el ayuntamiento comprase el Pazo de Meirás para instalar allí un “Centro Internacional de Juego”. Pero las propuestas estrella de Acción Coruñesa, de las que más se habló en aquellas fechas, eran las de declarar como festivo local el 8 de junio, en recuerdo de la manifestación en defensa de la capitalidad, e institucionalizar una marca denominada “Made in Coruña” para todos los productos fabricados en la mancomunidad. Les votaron 823 electores.
López Menéndez capitalizó ese voto que buscaron sin éxito Moskowich y Lebón, que además con el paso de los días orientó su campaña hacia los reproches al alcalde. La Coruña Unida enfocaba hacia una ciudad que no se quedase en el Pasaxe, cabecera de una comarca que debía alcanzar personalidad jurídica propia para impulsar una mancomunidad de municipios. El discurso, con un punto moderado. caló en un amplio sector de la población, que además valoraba el pilotaje que el alcalde había realizado al frente de una corporación balcanizada y apreciaba su figura como una de las referencias del 8 de junio. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y diplomado en Ordenación del Territorio, López Menéndez emitía una imagen de cartesiano bonachón que no le valió para renovar al frente de la alcaldía, pero sí para reengancharse al nuevo tiempo que se abría. 16.007 votos le dieron cinco ediles a La Coruña Unida en un ayuntamiento que dejaba atrás la fragmentación y estrenaba mayoría absoluta socialista con Francisco Vázquez de alcalde. Alianza Popular sumó ocho concejales y todas las fuerzas políticas a la izquierda de los socialistas se difuminaron entre sus luchas intestinas y los reproches por no haberse posicionado, o haberlo hecho en contra, de la cruzada por la capitalidad.
El 23 de mayo de 1983 fue el último día como alcalde de Joaquín López Menéndez. Su último acto con el bastón de mando en María Pita tenía que haber sido la recepción al Deportivo, que habría ascendido a Primera División. Pero una dolorosa derrota en Riazor contra el Rayo Vallecano lo impidió. Cuatro años después todo era diferente. La Coruña Unida ya sólo era La Coruña y López Menéndez encontró acomodo en una lista de viejos ucedistas comandada por el presidente de la Diputación, Enrique Marfany. Pocos batacazos políticos se recuerdan como el de aquella Coalición Progresista Galega en la que se integraban el Partido Democrático Popular (PDP), el Partido Liberal y la entonces emergente Coalición Galega, con amplia presencia en el Parlamento gallego y a punto de conformar un tripartito en la Xunta. Ni Marfany ni López Menéndez, que iba de número dos, lograron entrar en María Pita. Vázquez se llevó aquellos votos para engrosar tres ediles más a su mayoría mientras Lendoiro sumó los mismo que Dopeso y el Centro Democrática y Social (CDS) entraba de manera coyuntural en la política local coruñesa con dos concejales y más alejado de postulados coruñesistas.
Años después, en 2008, cuando ya era embajador en la Santa Sede después de 23 años en la alcaldía, Vázquez durante una conferencia en la Fundación Caixa Galicia se animó a lanzar una definición. «Coruñesismo: dícese del amor o apego a la ciudad de La Coruña manifestado en la defensa de sus intereses, conforme a los principios y valores que la definieron como comunidad, la universalidad y el cosmopolitismo, la convivencia y la tolerancia, el liberalismo y el progresismo».