Inés Rey cometió la semana pasada un error que firmaría cualquier novata de la política. El problema es que además pareció prepotente y ofrecer esa sensación ya semeja más delicado cuando hay que convencer a la gente para que meta un voto con su nombre en una urna. “Usted compra un coche y es su problema, no el mío ni el de la ciudad”, explicó sobre las vicisitudes para aparcar en superficie en A Coruña, un clásico sobre el que en María Pita se empeñan en agitar un debate que no existe entre quienes quieren coche o lo detestan: a la amplia mayoría de la población le gustaría vivir una ciudad amable por la que se transite a pie y en el que el transporte público funcione con optimizadas frecuencias. No es así y quienes saben de vacas deberían de entender que no es bueno poner el carro antes de los bueyes. A Coruña es además una ciudad con una morfología y un clima en el que es complicado animar a la gente para que vaya a pie, por ejemplo, de Monte Alto a la Sagrada o de Monelos a Ciudad Escolar. Vivimos en un istmo en el que hay que recorrer estimables distancia de punta a punta de la ciudad. A veces, además, llueve.
A una alcaldesa se le elige para resolver los problemas de los ciudadanos. No para decirles que los que tienen no le atañen. Tampoco, desde luego, para generarlos. En la calle de la Torre hay uno nuevo, que ya se venía barruntando desde hace días y que se acabó de concretar este lunes, entre el estupor y la indignación de un vecindario que no da crédito.
Operarios municipales aparecieron de buena mañana para montar un rebumbio en el ya de por sí desquiciante tráfico de la zona. Una parte del aparcamiento en superficie del tramo que va entre el cruce de Miguel Servet y el de la calle Marconi se reordenó para dar cabida a un estacionamiento de bicicletas, similar al que ya existe enfrente de la calle, junto a la biblioteca del Campo de Marte, en una zona peatonal.
La situación se repitió en otros barrios. Por ejemplo en Matogrande, otra barriada en la que no sobran las plazas de aparcamiento. Al concejal Francisco Dinís Díaz Gallego, nuevo apóstol del urbanismo en la ciudad, no le parece bien que este tipo de estaciones se ubiquen en zonas peatonales. “Las bicicletas son vehículos y como tal deben estar en la calzada o vinculados a vías ciclistas o ciclables, no en espacios peatonales. La nueva red de BiciCoruña sigue este criterio, similar al de todas las ciudades que lo han implantado en estos años”, explicó en twitter su habitual canal de comunicación con la ciudadanía.
La calle de la Torre, como tantos otros puntos de la ciudad, hay que conocerla y sentirla antes de tomar según qué decisiones. Es además una zona sensible para el socialismo coruñés, ese que en el que el 40% de sus afiliados apoyan internamente una alternativa diferente a la de la alcaldesa y su equipo, algo inaudito porque el poder siempre es amable con los suyos y los suyos con el poder. Frente a donde ahora emerge una surrealista estación de bicicletas escenificaba todas sus aperturas de campaña Paco Vázquez. En terreno Palau. Es un entorno en el que abundan los edificios construidos en los setenta, no sobran los garajes y con el tiempo se han habilitado decenas de viejos almacenes que funcionan como estacionamientos en los que las pocas plazas libres se alquilan a precios descabellados. Evidentemente ahora se producirá una inflación. El establo está a punto de costar más que la vaca.
Mientras las humanizaciones esperan a que lleguen los humanos, nos subimos todos a las bicicletas y el ayuntamiento invierte 1,8 millones de euros en sembrar la ciudad con 45 estaciones para aparcarlas, la calle de la Torre luce con un erial en una acera ante la que antes campaba la doble fila, que era lo que había que haber combatido. El asfalto pintado de amarillo prohibe estacionar delante de la nueva estación de bicicletas, cuya llegada aún se espera, pero resulta evidente que una amplísima mayoría de transeúntes dejará el coche allí cuando, por ejemplo, acuda a la farmacia que abre 24 horas, 365 días al año o se detenga a hacer cualquier recado.
Los vecinos de la zona simplemente darán vueltas. Más que ahora, y no son pocas. Unos metros más adelante, en dirección a la Plaza de España, se ha intentado articular una ridícula compensación con unas plazas en batería oblícua que sirven para barnizar el desastre a través de las matemáticas. Pero los espacios no sólo son estrechos sino que en la maniobra de salida apenas ofrecen margen y tampoco se aprecian los coches que se acercan por la calzada cuando se hace la maniobra marcha atrás para salir. En el primer día ya se produjeron varios sustos. Si la obra matinal desató la estupefacción generalizada, el paso del día y las diversas experiencias de usuario hizo transitar el sentimiento del vecindario hacia la indignación.
Buscar alternativas para aparcar por la zona es una heroicidad. Ya hace tiempo que el 092, que reside en un anacrónico cuartelillo que obliga a aparcar los coches patrulla en la calle, colonizó parte de las calles Miguel Servet y San Vicente de Paul. Y en el tramo de la calle de la Torre hacia San Amaro perviven terrazas en la calzada que con la llegada de la pandemia y las medidas de alivio a la hostelería ya habían sisado aparcamientos en la zona. En efecto, Inés Rey tiene razón: tener un coche se ha convertido en un problema que ella está empeñada en agravar. Y la gente no necesita más quebraderos de cabeza.