El Deportivo empezó la temporada con una actuación solvente que derivó en goleada y culminó en unos apoteósicos minutos finales que mostraron a uno de los mejores prospectos que ha dado Abegondo en los últimos años. Noel es además de una promesa la percepción de la nueva realidad de una ciudad deportiva que durante años fue incapaz de propiciar que un solo futbolista hiciese todo el camino desde la base de la pirámide al primer equipo. Ahora que se atisba una explosión de talento conviene mirar hacia toda la gente que picó piedra en la cantera durante años de incomprensión. Identificarlos resulta sencillo, pero debe hacerse por descarte: son aquellos que no se dan golpes en el pecho en público ni sacan los codos para aparecer en primera fila como los padres de la criatura y explicar que, como a tantos otros que se han quedado por el camino, ellos los vieron primero.
El Deportivo ganó, goleó y convenció. Y tan necesitada como estaba su gente (la de verdad) de algo así, el quién y el dónde parecen un asunto menor. Sí, todo esto sucedió en la tercera categoría y ante un filial del Celta, detalles que por si solos deberían a invitar a taparse un poco. No es el caso. Las situaciones tienen siempre un contexto y el del Deportivo tiene que ver con la necesidad de dejar atrás tanta decepción. Ganar es imperativo en Primera de la Federación, que diría el presidente Couceiro, pero tanto o más lo es hacer disfrutar a la afición, generar un sentimiento de pertenencia que estaba disipado y hacia el que ayer se dieron varios pasos.
Qué nadie le diga a usted, deportivista, si debe alegrarse o no por ganar un partido después de haber pasado por tanto, de atravesar un periodo nefasto en el que ni siquiera se podían celebrar las permanencias en Primera División o en el que algún medio de comunicación planteaba encuestas a su audiencia sobre si ascender a la máxima categoría en un play-off se podía considerar un fracaso. Después de tanto daño autoinfligido, del guerracivilismo, de directivos que jamás merecieron una silla en el palco, es tiempo de lamer heridas e ignorar a aquellos que se quieren instalar en una confrontación de la que a estas alturas no es difícil percibir sus efectos. Al estadio, que siempre fue el senado del deportivismo, el que alzaba la voz mayoritaria y desnudaba a las minorías, volvió bastante de esa gente que lo único que quiere es que gane su equipo, enorgullecerse de él y despertar al día siguiente sin la sensación de amargura de los últimos tiempos.
El triunfo, por otra parte, evidenció una vez más que la pretemporada es un periodo de adiestramiento, el que no tuvo el filial celtista, por ejemplo. Para el Deportivo fue un tiempo de reconstrucción en el que los marcadores no acabaron de acompañar y se generó un inocuo debate anulado en noventa minutos. Todo lo que se percibió fue alentador. Se vio un equipo con recursos, con buen trato de balón y, sobre todo, con varios peones como Juerguen o Quiles con capacidad para desequilibrar, detalle esencial si se considera que gran parte del ascenso habrá que sustanciarlo en Riazor ante equipos que esperarán encerrados como lo hizo ayer el Celta hasta que recibió los dos primeros goles. Ese último pase que la temporada pasada no existía, porque en la planificación técnica se consideró irrelevante, lo exhibió ayer Juerguen para decantar el partido. Encontrar futbolistas que marquen diferencias en una tercera categoría es como buscar una aguja en un pajar.
Cuando el talento se exhibe es más sencillo que acompañe la fortuna. El Deportivo encontró el tercer gol cuando el Celta B había dado un paso adelante y ya se movía al borde del área blanquiazul. Todo lo que allí podía pasar lo borró como por ensalmo el balón que Menudo colocó en la red. Acababa de salir y había fallado en sus dos primeros contactos con la pelota, pero de la nada sacó un golazo y la sentencia para un rival que quería más que podía.
El entrenador ya había advertido un día antes que todos los jugadores debían de sumar, unos jugando de inicio y otros asumiendo un rol de continuidad tras partir del banquillo. Eso fue lo que ocurrió. Todos los relevos aportaron y mejoraron el equipo, que a estas alturas obviamente necesita piernas frescas. Ninguna de ellas lo están más que las de Noel, sobre el que es imperativo tomar decisiones y todas deben pasar porque esté siempre en la dinámica del primer equipo, por más que el devenir de la competición y de su propia evolución física (conviene no olvidar que está todavía en edad juvenil) le lleven alguna vez, de manera puntual, a reforzar el filial. Parece, además, tener la madurez suficiente para afrontar esas idas y venidas, siempre complicadas.
Noel nació en 2003. Las referencias de un chico de 18 años sobre el Deportivo tienen que ver con una etapa de penurias y divisiones sobre cuyo origen ni siquiera están interesados. Les hablan, además, de una época gloriosa tan cercana en el tiempo como complicada de entender para quien abrazó la fe deportivista en ese tránsito del todo a la nada. Por el camino hubo algunos taimados que les prohibieron tener ídolos, que les dijeron que, por ejemplo, Lucas Pérez, un chico de Monelos más deportivista que la torre de Marathón, no podía ser un de nós, falacia fabricada por quienes se ocuparon durante años de fabricar un discurso de odios, divisiones y denominaciones de origen. Noel abandera un nuevo tiempo, sin peajes ni cargas. La gente como él, en el campo o en la grada, es la que debe empezar a escribir los renglones de un nuevo Deportivo y dar continuidad a una historia que empezó en 1906.