Nos las prometíamos tan felices, teníamos tantos puntos en la clasificación y ganábamos tantos partidos mientras los demás tropezaban entre ellos, que ni siquiera reparamos en los detalles, en que las tres últimas victorias fuera de casa se lograron sobre la bocina o que los triunfos en Riazor se sustanciaban casi todos por la mínima. Nada le sobraba al Deportivo y parecía todo lo contrario. En pleno espejismo algunos incluso ya discutían sobre si volver a Segunda División merecería una celebración. Cada uno vive el deportivismo, el fútbol y la vida a su manera.
La realidad muestra que en la élite muy pocos equipos, más allá de su heráldica, consiguen dar saltos de categoría sin sufrimiento, vaivenes o altibajos. Ni de Segunda a Primera ni de Segunda B (o su sucedáneo de Primera RFEF) a Segunda. Por atender a uno de los últimos que dominó una categoría con holgura podemos reparar en el Mallorca que lideró con brazo de hierro su grupo de Segunda B antes de regresar al fútbol profesional y ganarse (¡ay!) con la misma base de futbolistas el pasaporte a la máxima categoría. En aquella efímera experiencia en la división de bronce, el equipo dirigido por Vicente Moreno acumuló hasta dos tandas de seis partidos sin ganar. Ascender supone entender y aceptar la derrota, asimilarla y enmendarse. Mal haría el Deportivo en no aplicarse a ello porque, a pesar de los tres fiascos consecutivos y de la decepción ante el Racing, sigue con la vitola de favorito. Llevarla encima es tan grato como, en ocasiones, una losa.
El Deportivo cayó en Riazor en un partido que algunos catalogaron como decisivo, un atrevimiento si se considera que quedan catorce por disputar. Pero el tropiezo arroja dudas que es necesario disipar, o al menos minimizar. Tienen que ver, por ejemplo, con la incapacidad del equipo para encontrar una respuesta a la presión alta inicial que le planteó el rival, un despliegue que tampoco pareció excesivamente agresivo, pero que generó no pocos cortocircuitos. El partido, el escenario y la exigencia semejó estar por encima de algunos futbolistas, detalle que no deja de ser normal: la mayoría de ellos no están acostumbrados a manejarse en un estadio ante 20.000 seguidores. A día de hoy el club, con todo lo que mueve, está muy por encima de quienes lo defienden. No es una crítica sino una constatación.
En ese escenario de titubeos, la figura del entrenador sale dañada del duelo contra los cántabros. Así de crudo es el fútbol, sobre todo si se considera que el Deportivo no mereció perder ante Real Unión y SD Logroñés. Tampoco supo ganar.
La labor de Borja Jiménez se medirá a final de temporada en función de si el equipo logra el ascenso o no. Sin medias tintas. No hay margen para otra cosa en un Deportivo de bronce. Estamos ante un entrenador con mucho recorrido por delante, pero que ya atesora algún valor del que se ha beneficiado el equipo. Su sonrisa en la banqueta donde otros habitaron tan tensionados, contribuyó a principio de temporada a aportar el aire fresco que necesitaba el club tras abrir ventanas que nunca debieron de cerrarse. El consenso generalizado concluye que, en la pretemporada, el trabajo de la secretaría técnica fue excelente en tiempo y forma: se apostó por un perfil de futbolista experto en la categoría, por un all star de la división de bronce, trabajo para el que no era preciso cargar al club (y a su propiedad) con las insostenibles alforjas que otros alegremente llenaron. El plantel tiene más herramientas y soluciones que cualquier otro, pero no deja de ser un colectivo conformado por futbolistas de tercera categoría: el talento no se cae de los bolsillos y más ante equipos fuertes que se pliegan. Quizás por eso lo que parecía episódico se ha convertido en tendencia y el Deportivo no resuelve en Riazor sus partidos con la suficiencia que se le supone. El potencial futbolístico en Primera RFEF no golea. Es otra cosa.
Es ahí cuando el entrenador puede ayudar a marcar diferencias. Tras más de media temporada, y con la osadía (que es mucha) de quien escribe sin cotejar el día a día del equipo, la sensación es la de que estamos ante un entrenador que lee bien las situaciones previas a los duelos, pero al que le cuesta repentizar una vez que está en la liza. Remiso en los cambios como es, al joven y prometedor técnico deportivista le costó girar el partido que planteaba el Racing. Algunas decisiones son complicadas de entender y más si atendemos a las declaraciones post-partido. El Deportivo, al contrario de lo que afirma su entrenador, no entró bien al partido por más que la ocasión de Mario Soriano tras pase de Trilli sirva de coartada. El equipo marchó cruzado desde el inicio, incómodo porque no manejó la pelota. Quizás esperaba a un Racing replegado y a la contra y se encontró con un rival que le fue a buscar. Apenas encontró salidas.
El gol empujó al equipo hacia delante y el descanso llegó en el momento de mayor lucidez futbolística de la primera parte. Tras él, incluso antes, Trilli ejercía de extremo. La entrada de Quiles estaba cantada porque había que ganar peso en el área, pero la temprana sustitución de Soriano, no siempre afortunado, pero siempre con recursos para variar el guion del rival, le quitó sustancia al equipo entre líneas. Que Álvaro Rey, que transitaba hacia posiciones interiores sin acabar de desbordar ni de pisar área, acabase el partido en su primera titularidad es difícil de entender desde una perspectiva futbolística. Con Trilli ocupando los espacios del extremo quizás era aconsejable buscar desmarque y remate por dentro, características de Noel, que calentó casi media hora y se quedó sin minutos. En estas situaciones, claro, siempre se echa de menos al que no juega. Con todo, el entrenador tiene razón al lamentar que el equipo no tuviese la entereza mental para discernir que era clave mover la pelota y al rival para que apareciesen los espacios. Esa respuesta ante la ansiedad del marcador en contra se suma al catálogo de inquietudes que deja el partido. A estas alturas sería deseable atisbar convicciones colectivas más firmes.
“El equipo está construido para ser valiente y dominador”, explica Borja Jiménez. Así ha sido todo el año. La sensación, con todas las estrecheces, es la de que el Deportivo es más fiable semana a semana que el resto de sus rivales, Racing incluido. No es el momento de tener miedos.