Las sensacionales sensaciones del Deportivo se dan de bruces con la terca realidad de los resultados, que muestran que tras cinco jornadas el equipo apenas ha ganado un partido y suma 7 puntos de 15 posibles. Un teletipo de la agencia Efe rescató este lunes una estadística, la del peor inicio en Riazor desde 2014, un tiempo en el que el estadio acogió en sus tres primeros partidos de aquella temporada en Primera no Federación a futbolistas como Cristiano Ronaldo, Benzema, Modric, Casillas, Bale o Fernando Soriano. Al menos los estadísticos de la agencia de noticias gubernamental deslizan otro dato más reconfortante: el Deportivo suma 19 partidos sin perder en su estadio y, albricias, punto a punto se aproxima a algún tipo de plusmarca que tiene en su poder el Eldense. Los tres últimas estaciones de ese presunto camino al éxito se han cubierto sin derrota contra Rayo Majadahonda, Teruel y Cornellá. Las dos últimas se trata de escuadras que por primera vez disputaban un partido oficial contra el Deportivo.
Esta concatenación de resultados se ha engalanado con todo tipo de trapos calientes. Todos le sientan bien a un equipo del que sólo cabe esperar que vaya a más, lastrado como está por una sucesión de desgracias que abonan las excusas. Algunos jugadores importantes llegaron al final del mercado, los árbitros se equivocan, ante el Rayo Majadahonda faltó puntería, contra el Teruel se jugó una hora en inferioridad numérica y por momentos el esfuerzo para superar al rival pareció titánico si hacemos abstracción mental de que todo Teruel cabe en Riazor y bares aledaños. Contra el Cornellá sucedió casi todo lo anterior y el equipo, diezmado por las bajas en la línea atacante, acabó arriba y olfateó la victoria en un final que le dejó casi al desnudo y expuesto a una contra ganadora del rival.
También puede realizarse una lectura un poco menos grata. El Rayo Majadahonda saltó al campo con tres futbolistas que la temporada pasada jugaban en el Paracuellos, entre ellos un portero que no llega a la mayoría de edad. Quince días después, y tras el vibrante triunfo en Lugo, la media hora que se jugó en igualdad de hombres contra el Teruel no ofreció señales de fluidez ofensiva y contra el Cornellá se estuvo al filo del desastre en ese caótico epílogo asumido por el propio entrenador. Algo más de 22.000 seguidores presenciaron este último partido. Todo lo que rodea al equipo está muy por encima de lo que ofrece. Además, casi 6.000 socios no acudieron al estadio. Pero ya nadie comparte en las redes sociales tablas comparativas de excel con cifras de abonados ni mucho menos se difunden dudas e infundios sobre los datos que ofrece el club. El caso es que inmersos en este ambiente buenista, que debe ser la base sobre la que se asientan los crecimientos de entidades como el Deportivo, una amplia mayoría de seguidores hacemos esfuerzos por digerir los tropiezos y hacer como que el equipo juega cada domingo contra rivales más granados. Quizás sea que la realidad ha asaltado definitivamente nuestras ilusiones.
Un análisis más somero sobre el fútbol que ofrece el equipo invita a identificar el reflejo de lo que se ha construido. El terremoto sucedido tras el fiasco en Castellón trajo al club un libreto diferente al que se leyó las dos últimas campañas. La dirección deportiva llegó a una conclusión para la que tampoco había que estudiar en Harvard: el equipo, apeado del ascenso dos años seguido, por no saber defender balones al área, necesitaba solidez en las áreas, singularmente en la propia. Porque se supone que con un buen candado atrás el Deportivo, en Primera Federación, siempre tendrá argumentos para explotar su poderío económico, social, futbolístico y heráldico para marcar un gol más que el rival. Se supone.
La sucesión de desastres, el orgullo, la autoestima que convierte el fútbol en eso que definía Lendoiro como “ciudades que compiten contra ciudades” ha transformado una velada futbolística en Riazor en un evento social de un calado como hace tiempo que no se recordaba en A Coruña. Nunca tantos jóvenes acudieron al estadio como ahora. Volvamos la mirada sobre ellos: cada vez que cantan “como me voy a olvidar que el Deportivo ganó la Liga, como me voy a olvidar si es lo mejor que me pasó la Liga” mienten como bellacos. La mayoría tiene menos de 23 años. Y los que tienen 30 tenían apenas 7 cuando Donato remató aquel córner de Víctor en el primer palo. A Djalminha lo han visto todos, sí, pero en YouTube. Y jalearon a Bebeto y Mauro porque sus padres les aseguramos, en una turra infinita, que esos tipos cambiaron la historia del club y de nuestras deportivistas vidas. Al fin y al cabo ganaron un Mundial y por eso vamos de amarillo.
El tiempo pasa y al equipo lo empuja ahora una numerosa cla de chicas y chicos que en el mejor de los casos tiene un vago recuerdo de aquellos tres partidos de 2014 cuando el Deportivo perdía en Primera División y se exigía, con enormes dosis de vinagre, la destitución del entrenador, que al final se tuvo que ir a pesar de que el equipo no estaba en puesto de descenso. Lo hizo además vilipendiado por advertir de una autodestrucción que iba a dañar al club y que desgraciadamente lo acabó haciendo como nadie entonces podía imaginar. Entonces, enfangados con la mayor deuda de la historia del fútbol español y los problemas con los topes salariales que se derivaban de ellos, ser el 17 en Primera División era un problema. En 2023 estar el octavo en Primera Federación, a seis puntos del líder y tres sobre el descenso, parece una cuestión de sensaciones.
Hay de todo en la viña del deportivismo, pero cabe valorar esa honesta actitud sobre todo por parte de esos jóvenes que ahora empujan y empujan para que el club salga del agujero. El entusiasmo, el aliento, el apoyo muchas veces incondicional y hasta irracional es el motor que debe poner en marcha el cambio de tendencia que tanto anhelamos. Porque ya sucedió antes, porque los que en el 87 teníamos veinte años abrazamos también un fervor inexplicable para dejar atrás un tiempo oscuro. No tengo dudas: el Deportivo sienta a día de hoy, fuera del campo, las bases de un nuevo crecimiento. Y debe cuidarlo como si fuese un tesoro.
Pero mientras tanto hay cuestiones que resolver. La futbolística no es menor y mientras unas piezas casan con otras no queda más remedio que advertir que el equipo ha perdido la capacidad combinativa que le ayudaba a desatascar los partidos de Riazor que se calcaban unos a otros cada quince días y que, por contra, no era capaz de exponer para gobernar las citas en escenarios menos lustrosos, donde ofrecía una versión blanda que ahora no se atisba. La percepción tras un mes de competición es que el Deportivo conoce la receta ganadora, pero ha diseminado los ingredientes en dos pucheros diferentes. El andamiaje defensivo del equipo de Soriano y Expósito hubiera maridado con la distinción que promovían Rosende y Giménez en los últimos treinta metros. Con Quiles y Mario Soriano en el campo puede que el Cornellá se hubiese ido trasquilado, pero eso también son sensaciones. Añadiré otras sensación personal: me agrada que al fin, al contrario de lo que anunciaron algunos agoreros el pasado verano, el entrenador pueda trabajar para construir un equipo sin runrunes ni campañas destructoras. Y una más: la línea futbolística es diferente, pero los mimbres existen. Lucas vuelve este fin de semana, Yeremay y Mella lo harán en breve, Valcarce y Salva Sevilla acabarán de entrar, Hugo Rama tiene mucha clase y es capaz de hacerles jugar a todos. El equipo es fuerte en el juego aéreo, tanto que igual hay que pensar en explotar esos recursos en los momentos de atasco.
Otras cuestiones atañen a la capacidad de la dirigencia del club para entender que ocurre a su alrededor. En la ciudad en la que nadie es forastero, la gestión del Deportivo se ha puesto en manos de un italiano, un suizo con raíces australianas y un brasileño, tres jóvenes exalumnos que en 2018 se graduaron en el máster de un año de la Universidad Europea del Real Madrid sobre administración de entidades deportivas. Todos tienen un chato currículum que ojalá puedan engordar en A Coruña. Se podría discutir sobre si el Deportivo debe ser el océano en el que sumergir a novatos que dejan el flotador en la orilla. Pero, aquí también, todo es consecuencia de un proceso en el que el peaje a pagar suponía alejar cualquier atisbo de talento coruñés de la gestión del club. Los rectores de Abanca, que será a la postre a quienes habrá que evaluar, habrán reflexionado sobre ello. Hay decisiones y situaciones que sólo se pueden producir en una entidad controlada por una propiedad fuerte y al fin y al cabo esa fue la decisión del deportivismo cuando la última fragmentada junta de accionistas le dio poder a Fernando Vidal para entregarle las llaves del club a una entidad bancaria.