La décima campaña consecutiva del Leyma Basquet Coruña en LEB Oro finalizó en fiasco. El equipo no estará en la Final Four para optar a la plaza de ascenso que resta (la otra ya es del Granada, ganador en la liga regular). El equipo se ha consolidado en una categoría complicada, una selva en todos los sentidos porque la exigencia competitiva no va pareja con la capacidad que tiene para generar ingresos económicos. Tampoco ayuda la clandestinidad a la que se ha condenado por parte de la federación, con la mayoría de partidos emitidos en cerrado a través de plataformas de pago que sólo emplean los iniciados. Al menos al final llegó la TVG pudo retransmitir (y con excelentes comentarios) los partidos del equipo. Todo acabó demasiado pronto, eliminado por la vía rápida ante un rival que juega con una pieza que no es de esta liga, Marc Gasol.
Con todo, la disculpa de caer ante uno de los mejores baloncestistas europeos de la historia no puede servir para que vuelva a rodar la ruleta de las gratas derrotas del Básquet Coruña, puesta en marcha desde hace ya un tiempo.
Antes de cualquier valoración es justo detenerse en el esfuerzo y el arrojo que se precisa para sostener un proyecto de baloncesto en un entorno como el de la LEB Oro, para sacarlo adelante en un contexto como el de A Coruña donde algunas instituciones no acaban de colaborar a la hora de agilizar ayudas que para otros clubs o en otras ciudades llegan con mayor prestancia, en un escenario que, en fin, en cierto modo es paradójico porque vivimos en una ciudad que late baloncesto mucho más de lo que muestra su presencia en la élite, apenas reducida a una campaña del Bosco en tiempos heróicos.
Por eso la llegada al club de un equipo directivo riguroso, solvente y con demostrada capacidad de gestión en sus trayectorias profesionales que además fomentó el tránsito a sociedad anónima deportiva había disparado las ilusiones. No es sencillo subir a la ACB, aunque por el camino veamos como muchos de los que estaban al nivel del equipo van probando esas mieles. Lo que es más fácil es elevar el listón de la exigencia. Por el Palacio han pasado excelentes jugadores, se han hecho apuestas sólidas, pero el equipo, quizás el club, semeja estancado.
En medio de todo subyace un mensaje grato, como si no doliese perder, emitido entre otros por un entrenador que en tres años aquí no revistió al equipo de un colmillo que le llevase a enfocar el salto de categoría. Porque lo primero es creer y hacer creer. Sergio García aludió el año pasado antes del play-off contra el Granada a que no disponía de jugadores con experiencia en ascensos y que por ello no cabía exigirles el salto. Pilotaba un equipazo con un nivel y una profundidad de banquillo que en ocasiones hasta parecía exagerada, un plan que se repitió esta temporada. Pero el discurso, incluso antes del partido de este jueves contra el Girona, fue en la misma línea apocada. Ese y más detalles invitan a pensar que si la apuesta del club era la de pelear por el ascenso, quizás no tenía en el banquillo un perfil adecuado.
El futuro inmediato del proyecto baloncestístico en A Coruña debería plantearse también la manera de lograr que el Palacio vuelva a poblarse. La pandemia frenó una conexión con la gente que ya se había detenido justo con la marcha de Tito Díaz. Porque en estos diez años de trayectos hubo momentos inolvidables en la cancha de Riazor y casi todos llegaron con el arquitecto del actual Breogán a los mandos. En aquel play-off contra el cuadro lucense que precedió a otro vibrante contra el Melilla aquel equipo (Burjanadze, Dago Peña, Monaghan, Stelzer…), su estilo y modo de encarar los partidos… eran los Warriors de la LEB Oro.
La nómina de jugadores que pasaron antes y después por A Coruña es excelente. Cuando en Riazor se brindó sobre el parqué espectáculo y sentimiento la gente estuvo en la grada, con un ambiente además mucho más sano que en otros espectáculos deportivos porque el club estuvo hábil y ágil para fomentarlo. La mayor parte de las veces, y más cuando tratas de hacer afición, importa el qué pero sobre todo el cómo. Por eso es importante apostar por un líder que imprima otro tipo de vuelo. Tampoco estaría de más valorar sobre si el camino pasa por poner las entradas para el público a 25 euros. Pero, sobre todo, es el momento de reflexionar si después de todo, de tanto esfuerzo e inversión no ha llegado el momento de acabar con la costumbre de endulzar la derrota, de desterrar el conformismo y enfocarse en hundir, de verdad, la pelota en el aro.