El final de la primera vuelta llega para el Deportivo en pleno derrape. El nuevo fiasco, esta vez en León y ante una nutrida representación de sufridos seguidores viajeros, pone el colofón a una primera mitad de temporada lamentable en la que se han encadenado excusas como si fuese una cuestión de tiempo y de fortuna que todo se alinease. No es así. Los números son tozudos al exponer la mediocridad del proyecto que, por inversión económica, se consideraba más ambicioso en las últimas campañas. El Deportivo sumó 43 puntos en la primera vuelta de la campaña 21-22, en la siguiente cayó a 35 y ahora se ha quedado en 29, además no ha estado ni cerca de ganar la mitad de los 19 partidos que ha disputado, apenas suma siete victorias y es sexto en la clasificación tras haberse recompuesto en las últimas semanas: la de León fue la primera derrota en dos meses. Pero ni siquiera eso llega porque si se mira tan sólo hacia los resultados de las últimas ocho jornadas hay cuatro equipos mejores que el que adiestra Idiakez.
Así que mientras se va tallando la rueda de molino del playoff por si a alguien le apetece comulgar con ella, no parece siquiera que haya ni examen de conciencia ni propósito de enmienda. “Quedan puntos suficientes”, se enroca el entrenador, que en León acumuló decisiones discutibles apenas unas horas después de dejar claro que a él no hay que hablarle de fichajes, que aquí cada palo debe sujetar su vela. Así que Idiakez y Soriano están cada uno con la suya y Benassi con la de todos.
Se supone que el técnico se refiere a “puntos suficientes” para festejar el ascenso directo, que debería ser el objetivo irrenunciable. Pero en el ecuador en el que nos encontramos la clasificación sitúa al Deportivo en una lamentable equidistancia, a diez puntos del líder y diez sobre el descenso a Segunda RFEF, categoría a la que ya estuvo cerca de caer en la primera temporada completa en la que Abanca disponía del control accionarial del club.
La entidad financiera presidida por Juan Carlos Escotet empezó a controlar el Deportivo hace ahora cuatro años. Lo hizo entre los vítores de una ruidosa minoría que con paciencia y dedicación se afanó durante años a poner piedras en todos los rodamientos del club. Todo valía por llegar a controlar una entidad que tenía sus pagos al día y ya hacía tiempo que no generaba deuda. Con ese elevado objetivo a algunos les pareció una cuestión menor que el equipo encadenase permanencias en Primera División. Tampoco les importó mucho que se liquidase el capitalismo popular o que el Deportivo cayese en manos de un único dueño venezolano y no de un pool de empresarios gallegos. Se pasó así del “é deles” que se usaba para vituperar a quienes invertían/sepultaban su dinero en un club sin mucho más horizonte que conseguir un minoritario porcentaje de su propiedad a normalizar que un banco tuviese el 75%. De un día para otro. Aquella si que fue una inolvidable eucaristía, la de la tarde que entró en Palexco una enorme piedra de molino y se declaró inaugurado el tiempo de la profesionalización, en el que determinados zapadores desaparecieron de las redes sociales. Quizás el Deportivo dejó de parecerles interesante.
Convengamos que el descenso a Segunda B fue una cuestión ajena a los nuevos rectores del club, por más que su llegada acarrease la de Uche Agbo, Keko Gontán, Claudio Beauvue, Emre Çolak o Abdoulaye Ba. Con la base del plantel que ya estaba antes de la gentefutbolización del club, Fernando Vázquez armó un equipo que fue el mejor de la categoría de plata en la segunda vuelta (al luego ascendido Huesca le dio un repaso en Riazor con un once compuesto por futbolistas que estaban en el club antes de su llegada y el primer cambio fue Vicente Gómez). No bastó para remontar el desastre inicial. Una vez más se demostró que las guerras civiles, aunque sólo un bando sea el interesado en pegar tiros, suelen ser demoledoras.
El caso es que bajo el control efectivo de Abanca se transita por la cuarta temporada. En ese tiempo el Deportivo se ha afincado al margen del fútbol profesional, se ha cruzado y ha perdido partidos de Liga ante Zamora, Coruxo, Langreo, Unionistas o San Fernando. Ha sumado empates ante Marino de Luanco, Talavera o Tarazona y esta temporada se han llevado puntos de Riazor el Sestao River o inopinados invitados como el Cornellá o el Teruel. El filial del Celta ganó dos veces en la casa deportivista, donde también hizo historia el Compostela. Si nos ceñimos a esta campaña vemos que el equipo sólo ha estado en puesto de playoff al final de una jornada, la segunda. Es el primer curso, desde que en 1928 se juegan ligas de fútbol en España, en el que el máximo representante de la provincia no es el Deportivo.
Con todo, hace unas semanas un sondeo publicado por DXT Campeón tras consultar a varias peñas concluía que desde ellas le daban un aprobado al último año del equipo. Al margen de dudosas representatividades, lo cierto es que en Riazor ya hace tiempo que se han dejado de pedir dimisiones. Ahí si que alguien se ha puesto a trabajar y obtiene resultados.
En torno al Deportivo se empieza a normalizar el fracaso y a acomodarse la mediocridad. Fuera de la burbuja blanquiazul ya resulta complicado que se perciba como noticiable el devenir de un club que se ha instalado en la irrelevancia. Juega en contra de un futuro sombrío la resistencia de la gente, el latido de un club vivo en la medida que suscita el interés de un público de mayoría novel, apenas intoxicado por la deriva autodestructiva. No puede haber mayor capital accionarial que ese. Y desde ahí debe construirse el futuro de un club sostenido por un colectivo que debe marcar una línea y exigir que nada de lo sucedido estos cuatro últimos años repita.
Las decisiones deben ser inmediatas y más ante un temporada que se marcha por el desagüe. Para apurar las opciones de ascenso el equipo debe revitalizarse y cubrir todas las carencias en su construcción. Que a 15 de enero, después de transcurrir la mitad del mercado de invierno abierto, el único refuerzo que haya llegado a A Coruña sea el de un portero suplente es una señal de grave irresponsabilidad. A esta altura ya no se cuenta con dos de los fiascos del verano (Valcarce y Cayarga) y se ha reconocido que es imperativo captar refuerzos. El partido de León era clave y el equipo no estaba fortalecido para al menos tratar de paliar los palmarios desastres en la confección de la plantilla. En seis días llega el campeón de invierno, la Ponferradina, que puede dispararse a 13 puntos de ventaja y golaverage. Antes lo hizo la Real Sociedad B y después hay que rendir visita al filial del Celta. El Deportivo se enfrenta contra los rivales a los que debe desbancar mientras sus rectores no son capaces de responder a las necesidades del equipo con un mercado a disposición y tras el anuncio de que tiene dinero e intención de fichar. El último ridículo de la dirección del club tiene que ver con el sainete en torno a Cris Montes, un suplente del Eldense con pasado en Unionistas y Badalona por el que se ha esperado semanas para que al final Soriano y Benassi reciban calabazas.
Y así pasan los días, con unos directivos que parecen completar las prácticas del Máster, un director deportivo sin soluciones, un entrenador en entredicho, un Consejo de Administración sin dictado y el equipo enfangado en el agujero más profundo de su historia. El dolor se amplifica, además, si se considera que una de las mejores generaciones criadas en Abegondo se abre paso sin que se le extraiga apenas fruto. El Deportivo no ha podido o sabido retener a la mayoría de esos chicos. El Benfica va a pagarle 10 millones de euros al Manchester United por Álvaro Fernández Carreras, abanderado del primer equipo benjamín conformado en el club, el de los chicos nacidos en 2003. Hugo Novoa, Noel, Dani Barcia, Trilli, Jairo o los dos porteros de ese Fabril que ahora vuelve a poblarse futbolistas foráneos eran parte de aquel conjunto. Con Yeremay, Rubén López, Mella, Diego Gómez o Martín Ochoa podrían haber completado una sólida base para construir ese Deportivo con identidad que tantos anhelan, algo así como esa Real Sociedad que supo reconstruirse tras los rigores de la Ley Bosman, un descenso y una crisis identitaria que le llevó a adquirir medianías y no refuerzos para armarse en torno a un modelo que algún consultor debería de estudiar para explicarlo en Rúa Nova.
Y si al final, en una evaluación honesta y responsable, el dueño no se ve capacitado para pilotar la nave, lo más honorable sería buscar el mejor comprador posible y confiar en que al fin alguien capacitado pueda ayudar a escribir la historia que se merece el Real Club Deportivo y que no es la de un equipo más del tercer escalón del fútbol español.