Cinco años después de su muerte el recuerdo de Johan Cruyff sigue vigente. También su huella en A Coruña, ciudad con la que mantuvo una relación que se remonta a su etapa de jugador en 1966, cuando apenas era un juvenil, y que culminó con una visita en diciembre de 2013. Aquel día el genio holandés inauguró un campito de césped artificial en Mesoiro, sentó cátedra ante 600 entrenadores en Matogrande y comió con vistas a la Torre de Hércules antes de regresar a Barcelona. Fue su última estancia en la ciudad. Entre medias quedó el recuerdo de aquel duelo psicológico y futbolístico contra el Deportivo en la Liga que culminó con el penalti de Djukic o la entrevista con Fran para intentar que se incorporase al Barcelona.
Cruyff pisó A Coruña por primera vez para jugar un duelo peculiar, un amistoso entre el Ajax y la selección española, que estaba concentrada en Santiago para preparar su participación en el Mundial de 1966 en Inglaterra. Para el duelo, el 12 de junio de aquel año, se presentó al rival con el cartel de campeón holandés. Cruyff tenía entonces 19 años y dejó pinceladas de talento en Riazor. El Ajax ganó 1-2 a una selección que alineó dos equipos diferentes y en la que no pudo jugar Amancio, por lesión. Sí lo hizo Luis Suárez. Faro de Vigo lamentó en su crónica la frialdad del público coruñés con la selección. Marca censuró que se pitase a futbolistas españoles como Glaría o Gallego por realizar sendas duras entradas sobre Cruyff. “El público de La Coruña es descontentadizo hipercrítico”, apuntó el cronista del rotativo madrileño.
Se convirtió en una estrella y cuando regresó a la ciudad, en agosto de 1973, era el mejor jugador del planeta, el capitán del excitante Ajax que había levantado la tercera Copa de Europa consecutiva, pero su relación con el club holandés ya era tirante y un mes después de jugar en Riazor con el equipo holandés hizo las maletas para trasladarse a Barcelona. Su estreno en el coliseo coruñés fue decepcionante y a la vez sorprendente porque el Ajax sucumbió contra el Spartak Trnava checo tras ponerse en ventaja en el marcador con tres goles. En la media hora final encajaron cinco. Cruyff, que ya negociaba su marcha del club holandés, acabó el partido entre enojado, sorprendido y desconectado. Todo en medio de la expectación popular: el estadio presentó una mejor entrada para presenciar la segunda semifinal que en el duelo del día anterior entre Atlético y Ujpest Dosza.
El Ajax cobró 4,8 millones de pesetas, el mayor caché del torneo de aquel año y acabó último tras caer en la tanda de penaltis contra el Ujpest húngaro. Cruyff pasó de puntillas por aquel duelo de consolación y el torneo se lo llevó en la prórroga el Atlético gracias a un gol de Gárate.
Un año después Cruyff regresó al decano de los trofeos veraniegos, ya con el Barcelona. Y la cosa no sólo no mejoró sino que acabó en desastre. El 12 de agosto llegó a Alvedro como si fuera un beatle. Apenas un mes antes había disputado la final del Mundial de Alemania. Una multitud se acercó hasta el aeropuerto coruñés para recibir a la expedición del Barcelona. Entonces los jugadores de fútbol salían de la terminal por la puerta de camino hacia el autocar. Se mezclaban con la gente sin apenas filtros. Cruyff firmó decenas de autógrafos y recibió vítores de todo tipo en una ciudad a la que entonces se tachaba de merengona. Al día siguiente, ya en el estadio, esa cla se hizo valer para animar al Peñarol uruguayo, un equipo que tejió una estrecha relación con la afición coruñesa.
El Peñarol ganó (1-0) en la primera semifinal del torneo al Barcelona, que jugó con diez hombres desde el minuto 36 por expulsión de Cruyff. Ocurrió que el holandés enfiló la portería del cuadro charrúa y fue agarrado y derribado por Hugo Fernández, un defensor. Se produjo entonces un enganchón con ambos en el suelo y Cruyff resolvió la situación con una patada en la cara del rival, que acabó con el rostro cortado por uno de los tacos de las botas del astro holandés. El árbitro era Garrido, un portugués, y el reglamento del torneo, que obedecía a las directrices de la FIFA, explicaba que en caso de suspensión se determinaría un partido de sanción para el jugador que viese la tarjeta roja. Así que Riazor se quedó sin ver jugar a Cruyff dos días después en el partido por el tercer y cuarto puesto. Fernández también había sido expulsado, pero eso importaba más bien poco. “Fue el instinto”, declaró el holandés antes de regresar al Hotel Atlántico, cuartel general del Barcelona.
– ¿Pero usted le dio varias veces patadas en la cara?, le preguntaron.
– No. Fue el uruguayo el que se golpeó contra mi bota.
A la finalización del torneo, 48 horas después, Cruyff lució sonriente con el árbitro luso en una fotografía que publicó la prensa al día siguiente. “Hice lo que tenía que hacer y él lo entendió”, explicó el colegiado.
Aquella fue la última experiencia de Cruyff como jugador en Riazor. Regresó como entrenador al mando del Barcelona en agosto de 1990. Lo hizo para tomarse la revancha con el Teresa Herrera. Nada más llegar atendió a los medios en el Hotel Finisterre mientras se fumaba un cigarrillo. “Es importante ganar el trofeo, pero no hay que exagerar”, rebajó antes de asegurar que no se acordaba de su peripecia en A Coruña contra el Peñarol, dieciséis años antes. “Tengo buenos recuerdos de aquel partido con el Ajax en 1966”, apuntó. El Barcelona superó al Deportivo, que entonces iba a iniciar la temporada del ascenso en Segunda, y Cruyff se quedó prendado del zurdo blanquiazul que llevaba el número 10. Se reunió con Fran en un piso al lado del estadio, pero el joven crack deportivista, que acababa de cumplir 21 años entendió que no era el momento de salir del equipo. “Me dio vértigo irme”, reconoce ahora.
El Barcelona ganó aquel Teresa Herrera, Fran se llevó el trofeo al mejor jugador a pesar de que el Deportivo, muy meritorio, acabó último, derrotado en la consolación por el Bayern. Ya con la Torre de Hércules en el vestuario, el genial flaco le dio valor a la victoria. “Es un torneo muy prestigioso”, reconoció. Poco más de un año después volvió al estadio, pero ya entonces había algo más que el prestigio en juego.
El Deportivo había regresado a Primera, demasiado tarde para disfrutar del Cruyff jugador, pero con su faceta como técnico en pleno despegue. El 16 de octubre de 1991 volvió a aterrizar en Alvedro y poco después lanzó una proclama: “El Barcelona siempre ofrece espectáculo”, advirtió antes de que un periodista le advirtiese sobre la supuesta falta de pegada de sus delanteros. “¿Pero tú has jugado alguna vez al fútbol”, respondió. El Barcelona ganó 0-4 y Cruyff se marchó entre elogios a Fran. Fue su última victoria en Riazor. Las tres siguientes visitas se marchó derrotado, ya con el Deportivo como rival directo del Barcelona en la Liga y una cierta inquina de la afición coruñesa, que le pasó factura por la guerra psicológica que desató en el final de la Liga que se marchó a Barcelona tras el penalti de Djukic.
Pero en diciembre de 2013 Cruyff regresó a A Coruña como una jubilada celebridad, veinte años después de alejarse de la primera línea del fútbol profesional. Apenas estuvo unas horas en la ciudad, pero le dio tiempo a pasarse por Novo Mesoiro para inaugurar un campo de fútbol de hierba artificial habilitado gracias a un convenio de colaboración firmado entre el Ayuntamiento de A Coruña y la Fundación Johan Cruyff. Luego participó como ponente en un hotel de Matogrande en el segundo Congreso Internacional de Fútbol, organizado por el Comité Gallego de Entrenadores.
Cruyff cobró un importante caché por impartir una charla de 45 minutos ante un auditorio de más de 600 entrenadores, algunos de ellos en activo en el fútbol profesional y bastantes llegados desde fuera de Galicia. Su sola presencia armó un rebumbio monumental, en la puerta del hotel un admirador se jugó el tipo para conseguir una foto con su ídolo lanzándose poco menos que al coche que le llevaba en el asiento trasero.
En la inmensa sala que acogió la reunión se suscitaron agrias críticas hacia el presentador del acto cuando éste se gustó más de lo aconsejable en su discurso. Los tres cuartos de hora habían empezado a contar y la gente estaba allí para escuchar a Cruyff. Pero en los 35 minutos de que dispuso le quedó tiempo para dejar claro que en su cabeza todavía hay espacio para trazar ideas innovadoras. El tipo al que muchos señalan como el padre del fútbol contemporáneo quiso ir más allá y abrió otra revolución. “En golf un jugador puede tener un entrenador para mejorar el drive, para chippear o para el putt; en fútbol solo hay un entrenador para 20 jugadores. Ya puede ser un fenómeno. Es una absurdez”, espetó ante su auditorio un Cruyff en estado puro
El nuevo fútbol que pregonó el holandés tenía que ver con la especialización, la de técnicos y jugadores, con la división en grupos de trabajo según las condiciones y el rol que se desempeña sobre el campo. “No se está trabajando bien la parte técnica del fútbol. No puede entrenar igual un centrocampista que un extremo o un defensa central”, espetó Cruyff, que puso el ejemplo del trabajo que se hacía entonces en el Ajax, donde entonces integraba una especie de consejo supervisor.
«No se está trabajando bien la parte técnica del fútbol. No puede entrenar lo mismo un centrocampista que un extremo o un defensa central»
johan cruyff, en el congreso gallego de entrenadores celebrado en A coruña
Cruyff no había dudado en acudir a un juzgado para frenar el nombramiento de Louis Van Gaal como director deportivo. Salió victorioso y trazaba entonces un nuevo futuro en el club holandés, en el que conformó un equipo de técnicos con exfutbolistas como Overmars, Bergkamp, Van der Sar, Win Jonk, Richard Witschge o John Bosman. Ese consejo de sabios decidía cómo se entrenaba, a quién se fichaba o se traspasaba y el salario de los jugadores. “Y el resto a callar”, zanjó Cruyff ante el auditorio, antes de lanzar otra andanada: “El fútbol no puede ser de los empresarios. Yo no soy electricista, así que no me pongo a arreglar la luz. Conseguimos cambiar la cultura del club. No quería llegar a ese punto, pero si no te dejas intimidar ante 100.000 personas no lo vas a hacer por estar ante cinco jueces”, argumentó.
La nueva rutina que aplicaba en el Ajax la ilustraba Cruyff como el camino a seguir ante un auditorio de entregados entrenadores. La filosofía que les exponía no dejaba de ser una suma de capacidades y una puerta para generar más puestos de trabajo para entrenadores en el fútbol profesional. “Koeman (que entonces adiestraba al Feyenoord) siempre será el mejor entrenador para los defensas, pero no será tan bueno con los delanteros como yo. Así que la única solución es trabajar juntos”.
Cruyff alertó en A Coruña sobre lo que sucede en edades tempranas, sobre cómo compiten equipos conformados según el calendario y no el talento. “Se agrupan a los pequeños por años naturales, pero hay niños que nacen en febrero y otros en diciembre y compiten entre ellos. Muchas veces la diferencia en cuanto a resultados la marca la fuerza y no la calidad. Y lo peor es que al entrenador de fútbol base sólo se le valora en el momento que gana. ¿Alguien se acuerda de si el juvenil B de un equipo ganó la Liga hace cinco años?”, se preguntó. Y lamentó como, aún en la resaca de la mejor generación de futbolistas españoles y no precisamente de físico exuberante, se seguía fomentando el crecimiento de chicos “fuertes y rápidos” en perjuicio de los que tienen calidad, pero no un cuerpo tan desarrollado. “Cuando el físico se iguala, la fuerza ya no mete goles y el talento se aburrió de esperar que lo moldearan. Por eso es vital un cambio de orientación”, alertó. “Y mientras tanto tener suerte con algún resultado”, reconoció.
“Hay excepciones como la de Busquets, pero por regla general los jugadores pequeños o livianos son los mejores. Lo son porque desde pequeños aprenden a que si uno más grande choca contra ti te vas al suelo. Y las piedras hacen daño. Ves a Xavi o a Iniesta y percibes que es algo natural, que siempre se orientan bien, que saben en todo momento donde están”, describió Cruyff. Con todo, concedió que es necesario aportar algo más que calidad para poder triunfar en el fútbol. “El carácter es importante”. Y ahí ponderó a dos tipos de profesionales. Los fenómenos, entre los que enumera a Messi, Cristiano Ronaldo o Xavi, y los que no llegan a ese techo, pero aportan otros conceptos. “Por ejemplo Pedro o Tello no pueden vivir solo de la técnica y lo compensan con la velocidad, con el físico en definitiva”. El problema llega, según explicó, cuando ese tipo de futbolista gana partidos y comienza a germinar la idea de que ese es el camino. “Por eso hubo una época en la que todos corrían y jugaban poco”. Y ya se sabe que a Cruyff lo que más le gustaba era tener la pelota, no ir tras ella. “Tiene una explicación muy simple”, reflexionó: “Cuando tenemos un balón somos unos niños. Con menos pelo, pero niños”.