Tan entusiasta es el deportivismo, tan necesitado está de abrazar la rutina de la victoria que la ilusión se ha disparado después de una jornada plena de buenas noticias, la mejor de ellas que el equipo jugó bien y le ganó al Celta B.
Conviene leerlo otra vez: el Deportivo le ganó al Celta B.
Después de tanta decepción y desesperanza hasta parece lógico celebrar aquello que debería ser una obligación. O animarse porque dos semanas después de palpar el riesgo de jugar en la quinta división del fútbol español te sientes de nuevo cerca de pelear por ascender a la segunda. Así de demencial es el formato competitivo de la campaña menos recomendable para jugar en Segunda B. Que el Deportivo se haya apuntado a esta fiesta es una dignísima continuación al enrevesado guión que protagoniza.
Esa puerta abierta incluso al ascenso, esa opción de mantener siquiera la categoría, tiñe de esperanza una situación que hace dos meses se hubiera considerado intolerable y que al inicio del campeonato ni siquiera se planteaba. Entonces se hablaba de play-off, de lo injusto que iba a ser ese emparejamiento para quien ganase muchos partidos durante el campeonato y tuviese que jugarse el ascenso a dos cartas, de que se iba a pujar para jugar esas finales en terreno propio. En lugar de transmitir un mensaje centrado en la humildad y el esfuerzo se viró hacia uno más próximo a la soberbia. Alguien pensó en la meta antes de recorrer el camino. A veces es mejor no atender a las hemerotecas porque ni benefician ni perjudican. Ahí estamos, a expensas de una carambola para cumplir el objetivo mínimo de la temporada, tan mínimo que ni objetivo era para algunos
“Si quieres ser campeón del subgrupo seguramente necesitarás más de 40 puntos”, barruntó en aquel inicio Fernando Vázquez. Hubo quien se llevó las manos a la cabeza. ¿Cómo se iba a dejar el Deportivo 14 puntos por el camino? ¿Quién entre todos los supuestos parias que le rodeaban se los iba restar? La realidad mostró que todo era más parejo, que la Segunda B, más que nunca en una competición corta en la que lesiones o bajas formas tienen gran incidencia, es un campo de minas. Hasta con 30 puntos se puede ganar el subgrupo y entrar con garantías a la siguiente fase, con uno menos pasaría en caso de milagro el Deportivo y lo haría en condiciones de competir por entrar en los play-off porque entre castellanos y asturianos tan sólo el Burgos ha logrado dispararse.
En ese fino hilo entre la debacle y el éxito se mueve el Deportivo, que más que nunca analiza todo lo que le sucede en función de los marcadores que cosecha. Y tan doloridos estamos que ni merece pensar en que hubiese sucedido si el remate al palo del Celta B hubiese empatado el partido antes del penalti sobre Keko. No divaguemos en torno a lo que un gol en contra supuso en otras ocasiones para este equipo cogido entre alfileres y centrémonos en lo alentador, en que el equipo venció por más de dos goles de ventaja y no lo hacía desde un 4-0 al Oviedo con Natxo González de entrenador. Entonces se dijo que el Deportivo no había jugado bien del todo.
Glosemos lo sucedido en Barreiro como una brillante exhibición futbolística. En efecto, el equipo tuvo capacidad para que se jugase en campo contrario y, sobre todo, se aplicó en la presión de una manera tan efectiva que no cesó de causar cortocircuitos en el juego del rival. Tipos tan lúcidos con la pelota como el escocés Holsgrove pasaron un calvario siempre encimados por un rival agresivo y voraz que además, no hubo disculpas, se adaptó a las reducidas dimensiones del escenario. Luego llegó el acierto ante el gol, cuestión nada baladí visto como transcurre la temporada.
En lo individual también se sucedieron las buenas noticias. Bajo palos se consolida Lucho García, que no parece muy ortodoxo, pero tiene una capacidad que debería ser clave en un equipo como el Deportivo que juega en una categoría que se le supone inferior a su nivel: responde en situaciones puntuales de máxima exigencia. Otro recién llegado al once tipo es Héctor Hernández, que no deja de aportar por casta, pero también por buen pie. Y demuestra la importancia de tener laterales que le den salida al equipo y ofrezcan llegadas limpias en ataque.
Miku demostró que es el mejor delantero del equipo, detalle que tampoco es del todo alentador. Incluso a años luz del mejor nivel que puede dar en estos momentos había dejado rastros sobre su oficio. Miku llegó el 14 de marzo para poner su firma, convertirse en poco más de una hora en el máximo realizador del equipo en toda la temporada, y resolver el partido. El problema es que el Deportivo necesitaba un delantero desde octubre y no parecía arriesgado deducir que en aquel momento el venezolano no estaba para ocupar ese puesto y además iba a tardar bastante en poder asumirlo. Esta liga no era una carrera de fondo.
El partido mostró, en definitiva, que en plena tormenta el mejor refugio es siempre Álex Bergantiños. Tardó en verlo Rubén de la Barrera, que tampoco operó de manera muy diferente a otros técnicos que nunca pensaron en el capitán como un titular hasta que dedujeron que era imprescindible. Álex siempre suele estar sobre la misma nota y es el nivel del resto del equipo el que lo sitúa en lo alto o en lo bajo del escalafón. Visto lo que le rodea este año no está precisamente en el vagón de cola.
La competición se detiene para que el Racing recupere sus dos partidos y afronte al última jornada en paridad con el resto de equipos. Llega el momento de tomar aire, contener la respiración y apoyar al Coruxo para después suspirar por una carambola más y, sobre todo, porque el equipo con mayor presupuesto y heráldica de Segunda B sea capaz de lograr algo inédito en lo que va de campaña: hilar tres victorias.