El fin de semana en el que podía marcar distancias y dejar a la vista su pírrico objetivo volvió a tropezar el Deportivo. Cayó en Langreo ante un rival que envolvió el partido en un mensaje marketiniano que exponía el desafío de un grupo de mineros que desde el subsuelo trataban de escalar no sólo a la superficie sino a una de sus más altas cotas. Ahí tiene la historia al Deportivo, pero su presente está en unas catacumbas desde las que no se atisbe una luz, por más que se sucedan los intentos, unos interesados y otros bienintencionados, de encontrar resquicios que animen al personal.
La sensación es que la gente ya hace tiempo que ha dejado de estar harta o decepcionada y empieza a transitar hacia la desafección. Peligro. El Deportivo empieza a desaparecer como tema de conversación en la ciudad porque además vivimos tiempos introspectivos en los que ya cada vez se conversa menos, sólo se imponen ideas. La pandemia amenaza con llevarse por delante bastantes cosas y no podemos descartar que una de ellas sea la pasión de los coruñeses por el fútbol y singularmente por su club, estandarte durante décadas de la ciudad. Cuando la normalidad ya no no sea nueva sino normal costará volver al estadio, unos por precaución, otros por decepción. Algunos, los más jóvenes, puede que no encuentren motivos en este batiburrillo para engancharse como otros lo hicimos.
Presencié el partido entre el Deportivo y el Marino en el palco de prensa. Pocas cosas me asustan sobre el verde. Fui habitual del Fabril durante décadas, conocí incluso su discurrir por varios destinos de la comarca, después en la Grela, al final en Abegondo. He visto y veo, tanto por placer como por trabajo, bastante Segunda B y Tercera. Pero el otro día, en un escenario tan grosero para la categoría como Riazor, hubo un momento en el que sentí hastío. Volví la mirada hacia los compañeros y atisbé hasta donde llegaba la vista dos hileras de informadores dando cuenta con entusiasmo y profesionalidad de algo que carecía de pasión. Algunos ya ni van al fútbol, hace tiempo que programas o columnas se han reducido. No es que el equipo vaya mal, acumule desastres y como escribía un tuitero este domingo, tras el último fiasco, ser del Deportivo sea “psicológicamente extenuante”. Es que, sin seguimiento en el graderío, lo inmediato será desconectar de la actualidad y las entretelas del club.
Hay situaciones, como las generadas por la pandemia, que exceden a lo que puede controlar el Deportivo, que no hace tanto, y débil como estaba, era el saco de golpes propicio para la más peregrina reivindicación de aquellos que decían quererlo. Hoy está en manos de una propiedad que algunos creyeron pasiva, pero que ya ha evidenciado que llegó para intervenir, no sólo para poner dinero. Y en ese punto se encuentra ante una encrucijada que trasciende a lo futbolístico.
Importa y mucho en que categoría va a jugar el equipo la próxima temporada, abocado de nuevo a disputar partidos decisivos por su demostrada mediocridad. Mientras clubs con menos presupuesto ya enfocan su participación en el play-off de ascenso al fútbol profesional, la derrota en Langreo obliga al Deportivo a jugarse a cuatro únicas cartas no caer al segundo escalón del balompié amateur. Al menos dos de esos duelos serán ante un rival directo, el Numancia. Al acecho está también el Racing, que jugará dos de sus cuatro partidos ante el Marino de Luanco, que parece que a poco más de lo que ha hecho puede aspirar a estas alturas.
La posibilidad de jugar el año que viene en la misma liga que Bergantiños, Arenteiro, Ceares, Cristo Atlético o La Virgen del Camino es evidente. También lo es que esa sola posibilidad es una clarísima alerta de lo mal que se han hecho las cosas. Por eso choca que quienes deben tomar decisiones lancen al aire ciertos globos sonda. Que el Deportivo se pueda convertir en un corcho sobre el que floten aquellos que han jugado un papel protagonista en hundir todo lo que tienen alrededor genera, a estas alturas, más estupefacción que enfado, más amargor que fastidio. La desafección no llega tan sólo por los estragos de la pandemia que nos aleja de los estadios o por los disgustos deportivos, sino que campa cuando germina la sensación de que las soluciones a los problemas más evidentes ni siquiera se abordan.
En lo futbolístico, la temporada ya es un fracaso para el Deportivo, que ahora batalla para que no se convierta en una hecatombe con el segundo descenso en dos campañas. Porque jugar en Segunda RFEF supondría bajar una categoría. Que el equipo esté instalado en esa liza se explica a partir de las catastróficas decisiones deportivas tomadas desde que se empezó a diseñar el ejercicio. Sin entrar a valorar que el presupuesto empleado para confeccionar el plantel casi se duplicase según el anterior presidente lo plasmase de manera oral o escrita, cualquiera de esos supuestos debería haber servido para dominar la mayoría de partidos en la categoría de bronce del fútbol español. Resultados al margen, el Deportivo no lo ha conseguido. Nadie puede apelar al infortunio. En Langreo se pudo empatar tal y como se pudieron haber firmado tablas una semana antes contra el Marino. Abriendo de nuevo el foco nos encontramos con fallidas elecciones en futbolistas que, por su rol en el campo, debían ser diferenciales y a los que además se les firmó contratos de larga duración que ahora habrá que asumir. Tampoco se valoró que muchos de esas piezas, pretendidamente importantes, llegasen fuera de forma al inicio de un campeonato de diseño express.
La gestión de la relación con el entrenador fue nefasta. Si no se creía en él jamás debió de haber iniciado la temporada. Como repetir la misma jugada de 2014 sería no sólo abracadabrante sino de nuevo injusto, unos y otros empezaron a jugar con la mosca tras la oreja. Otra invitación al desastre.
La coartada de la derrota tardó en llegar, pero cuando lo hizo ni siquiera se ponderó que lo hiciese en plena avalancha de lesiones. Y si se valoró se hizo en el sentido de que los culpables de esas dolencias eran los adiestradores, los mismos que unos meses antes encadenaban triunfos sin que los preparadores físicos de barandilla o teclado hiciesen otra cosa que festejarlos. Vázquez se fue después de dos derrotas en nueve jornadas y con el equipo instalado en los puestos de lo que, a la postre, se ha pretendido vender como el objetivo del club. Tras despreciar la opción de hacer el relevo cuando el calendario concedía un mes para orientar ese cambio, se llamó a Rubén De la Barrera para darle un giro a todo, un técnico de método más que un paracaidista, como fue su predecesor un año atrás. El equipo se cayó de los tres primeros puestos y jamás fue capaz de regresar a ellos. Y, no, no es alentador quedarse a un punto de Celta B, Unionistas y Zamora, que ahora cierran la tabla en el grupo que pelea por el play-off,
El juego del equipo es diferente en abril que en octubre, pero no por ello mejor ni sobre todo más efectivo. El Deportivo tiene problemas para generar ocasiones de gol con Rubén de la Barrera como los tuvo con Fernando Vázquez porque ni hay caudal ofensivo ni sobra talento. Y se paga un sobreprecio por futbolistas que deberían ofrecerlo, que muchos sospechaban que no lo tenían y que ofrecen un rendimiento paupérrimo. La sensación desde octubre es que el club, a nivel deportivo, ha aterrizado en Marte, que ni conoce ni entiende la categoría en la que juega. Y en algunos casos, no precisamente en el vestuario, ni siquiera se valora.
El Deportivo es hoy un club que trata de asentar un modelo instalado sobre una paradoja: aquellos que durante años pregonaron y avisaron que jamás lo permitirían fueron los mismos que aplaudieron e incluso jalearon que se llegase a esta situación. Es una entidad en la que las decisiones las toma un dirigente que puede pasear inadvertido por las calles de la ciudad, detalle que, por cierto, no tiene porque ser malo sino todo lo contrario. Lo importante es que atesore el conocimiento del contexto y tenga la capacidad precisa para entender en que dirección debe dar el volantazo que precisa el club, una entidad en la que ya hace siete años que el trabajo en los despachos se enfocó hacia la seriedad necesaria para construir un futuro.
El que manda lo hace en representación de la propiedad y se llama David Villasuso. En la hoja de vida que él mismo ha subido a la red LinkedIN detalla una experiencia profesional como director comercial y márketing en una bodega y un foco puesto desde 2003 en diversas responsabilidades en el sector bancario al frente de equipos que gestionaban diversas relaciones con el ámbito empresarial. Ahora Villasuso gestiona pasiones. Nadie le puede exigir que tome decisiones futbolísticas, por más que de vez en cuando haya quien se ofrezca a darle lecciones extraídas de algún dudoso libreto. Pero sí que semeja que en su mano está decidir quien decide. Y no sólo no es una cuestión menor sino que tendrá mucho que ver con que no se instale ese desafecto que acecha al club, tan peligroso o más para su pervivencia que la más pesada de las mochilas.