En plena pandemia no sobran opciones de ocio y muchas de las que exploramos entre el hartazgo ya empiezan a sobrar. Ya es triste asumir que seguir al Deportivo es una de ellas, que lo que debía ser divertido es una pesada carga, un virus que no da tregua, ante el que la ilusión te invita a quitar la mascarilla y tomar aire fresco, pero en el que la realidad es irrespirable. Todo profiláctico es poco para protegerse ante un equipo lamentable, desesperante, sin fútbol ni alma, una nadería perpetrada en una categoría impropia de la historia y el potencial del club.
Poco antes de comenzar la temporada charlé con varios actores con experiencia en la división de bronce, un presidente, un director deportivo, un par de entrenadores… También con algún agente de futbolistas conocedor del paño. Todos coincidían en un diagnóstico sobre el mercado y la confección de las plantillas: el Deportivo estaba en condiciones de armar una selección de la categoría. O lo que es igual, hubiera podido fichar a los dieciséis mejores futbolistas de 23 años a elegir entre los 101 equipos restantes. Todos hubieran venido andando a Riazor. Estaba también en condiciones de acceder a los más lustrosos por debajo de esa edad si se descontaba a algunos filiales, no a todos.
Imaginemos una Liga, esa sí que sería una Superliga, en la que Florentino Pérez pudiese fichar para el Real Madrid a las figuras de los rivales a los que quisiese debilitar, en la que estuviese en condiciones de decirle a Messi, Neymar, Mbappé y Haaland que se vistiesen de blanco. Ese era el Deportivo que aterrizó en Segunda B, el que además ofreció sustanciosos contratos plurianuales en un escenario en el que casi nadie firma más allá de una temporada. Y más en el contexto actual.
Lo que ocurrió es que el campeonato empezó tras haber programado apenas dos partidos contra rivales de la categoría y con un entrenador, Fernando Vázquez, que ya en la primera jornada de liga había diagnosticado con precisión lo que tenía ante sí. Vázquez pensaba que el equipo tenía opciones de subir a Segunda División, pero que le iba a costar. Y que sufriría para arrancar porque varios de los que debían ejercer como pilares del equipo estaban fuera de forma y la iban a tener que ir ganando en plena competición. Lo percibió en Borges o en Miku, del que en privado valoraba su profesionalidad y al tiempo explicaba que tardaría meses en ponerlo a punto. “Estará en enero”, confiaba. El goleador del equipo llegaría en el ecuador de la primera fase del campeonato. A Vázquez le despidieron después de que el Deportivo marcase siete tantos en nueve partidos. Había encajado cinco.
El veterano técnico tenía clara la idea que debía acercar al Deportivo al objetivo. En los albores de la temporada sentía que dirigía un plantel muy justo de talento, detalle que deslizaba en público. Pero también percibía que estaba ante un grupo honesto, trabajador y con valores para armar un equipo y pelear el objetivo. El tiempo mostró que su valoración no era tan descabellada. El Deportivo apenas ha ganado dos partidos por más ventaja que la mínima y uno de ellos, contra el Zamora, lo rubricó sobre el pitido final. No ha sido muy superior a ninguno de los doce equipos con los que se ha cruzado. El plan de armarse, de convertirse en coriáceo y edificar algo parecido a lo que logró en el último ascenso a Primera no casaba con la supuesta abundancia de recursos. Sí, cuando puedes fichar a los mejores jugadores de todos tus rivales resulta impensable que te veas abocado a algo así. Pero ese es el Deportivo actual.
Que pueda plantearse que tan sólo uno de los responsables de este estropicio continúe en el club invita a una desesperanza que el deportivismo no se merece. Nadie pensaba acabar la primera fase con tres equipos por delante y ocurrió; nadie podría aguardar que se pasasen apuros para asegurar la segunda plaza en el grupo intermedio y ahí está el equipo incapaz no ya de ganar en Luanco sino de generar ocasiones de gol ante un equipo que nada se jugaba, que ya ha cumplido todos sus objetivos y que no ha marcado en los seis últimos partidos, dos de ellos de la fase anterior.
El Deportivo es hoy ese Uche Agbo cruzado de brazos en el córner durante el calentamiento, inédito por una decisión del entrenador, que pocos podrán discutir, en el partido que posiblemente defina la temporada. Quizás sea el momento de recordar la vibrante alocución de Richard Barral en la que explicó como convencieron al jugador nigeriano para alistarse en este proyecto. “Tenía ofertas de Primera y de Segunda de España, de Francia, Turquía, Bélgica… podría haberse ido donde quisiera”, dijo el director deportivo el pasado 6 de octubre sobre su fichaje estrella. O quizás la estrella fuese Claudio Beauvue, el héroe de una veraniega pantomima contra el Fuenlabrada. Realmente aquello fue todo una gran farsa. “Tenía una oferta de Asía seis veces superior a la de aquí, hay que agradecerle el gesto de quedarse en el Deportivo”, glosó Barral.
Puede que la estrella se llamase Celso Borges, sustituido en el descanso en Luanco, suplente en varias jornadas, y que según Barral vino por mucho menos dinero del que cobraba en Turquía. Vino a Segunda B. El sueldo de Borges, por otra parte un excelente profesional sobre el que se puede edificar el futuro más de lo que muchos creen en estos tiempos de enojos, o el de algún compañero más equivale al presupuesto del Marino de Luanco. Pero no al gasto en salarios sino al de todo el club.
“Tenemos una gran plantilla. No hay excusas para nadie”, dijo Barral en aquella comparecencia antes del inicio del campeonato. No debe de haberlas. La plantilla era tan buena que no había sitio en ella para Diego Villares, indiscutible desde que dio el salto desde el Fabril, o para Rayco, el delantero del filial del Lugo el año anterior, la misma temporada que el Deportivo fichó al limitado lateral zurdo suplente del equipo lucense y se armó un pifostio.
El desastre es de tal calibre que ahora que desde el club se filtra que le pueden entregar a De la Barrera la manija del proyecto de la campaña venidera, ojalá en Primera RFEF, la fe en él nace, más que de su despliegue actual, de la convicción de que la confección del plantel que dirige es un fiasco ante el que bastante hace. El hartazgo ante los continuados volantazos también juega a favor del técnico coruñés. Seguramente también su arraigo. Es posible que tengan razón aquellos que estiman que respecto a ningún entrenador llegado de fuera se plantearía su continuidad visto lo visto en los últimos meses.
Mientras tanto se suceden los silencios elocuentes, mutismos atronadores que resuenan entre quienes llamaban a la revolución y clamaban que nada valía cuando el club salvaba con apuros la categoría en Primera División. Ahora callan cuando pelea por no caer a la Cuarta. Entonces también estaba Barral, pero el problema no era él, se llamaba Tino Fernández, que llegó para desmontar lo establecido y se ve que, con sus aciertos y sus errores, que los hubo y muy groseros, molestaba. Y ante eso unos cuantos pasaron por encima del mismísimo Deportivo.