La frase es de Fernando Vázquez, al que algún día (más allá de opiniones futbolísticas) se le reconocerá como tomó la bandera del club cuando más pesaba llevarla. Me la dijo al final de una pretemporada en la que él mismo tuvo que sufrir como sus futbolistas se negaron a realizar un viaje en medio de un club descompuesto y ante el que no se atisbaban valientes que quisiesen tomar un relevo inevitable. “Algo que mueve lo que mueve el Deportivo jamás puede morir”, decía Vázquez. Baqueteado y maltratado durante años por rencores e intereses que nunca lo respetaron, ahí está el club, en la tercera categoría, sin la propiedad colectiva de la que durante años se hizo bandera y ante cuya renuncia miraron para otro lado aquellos que decían defenderla. Un club envuelto en contradicciones, pero digno y orgulloso, un par de valores que sintieron todos los deportivistas que acudieron este miércoles a Riazor a una de esas jornadas que puede que, con el tiempo, se recuerden como catárticas.
Quizás fuese algo más que un partido de juveniles. La cita se revistió de simbolismos. Era Europa, con lo que eso significa en el imaginario deportivista, el recuerdo de un tiempo único. Para quienes tuvieron la fortuna de vivirlo, observar siquiera la tibia parafernalia que la Uefa dispone para la Youth League avivó una mezcla entre la melancolía y la esperanza. Pero la cita era sobre todo con los jóvenes, para toda esa generación que nació cuando el Depor tocó cumbre y empezó a bajarla, los chicos que crecieron con un equipo y un ambiente manejado entre resquemores de etapas que les resultan propias por historia, pero muy ajenas por vivencias. Tiene algo de poético que los chicos que firmaron esta contemporánea epopeya europea, el pogonazo, naciesen casi todos entre 2003 y 2004.
Encerrarse en la nostalgia es la mejor manera de detener el reloj, pero desde la semifinal de la Liga de Campeones posterior a la eliminatoria del Milan han pasado ya casi 18 años. Esos adolescentes que ahora nos ilusionan crecieron en un club castigado por las deudas, los problemas, las disensiones y la bronca. Si acercamos aún más la lupa hacia esa generación que ahora se tilda de dorada bastantes de quienes les ayudaron a crecer podrían describir como lo hicieron en una ciudad deportiva de la que se dijeron verdaderas barbaridades. Mientras tanto allí se picaba piedra canterana. Quizás no era tan mala idea jugar torneos por España adelante, o conformar equipos de primer año que compitiesen contra equipos del máximo nivel autonómico. Ahora empezamos a ver los resultados.
Este partido de fútbol entre adolescentes debería de marcar un antes y un después no sólo en el césped. En el club, donde hay gente que sabe hacer su trabajo y entiende la importancia de los gestos, diseñaron una jornada perfecta. Ya lo hacían antes, cuando todo era pecado. Ahora acudimos todos a la comunión y además el ambiente, el juego y el marcador final se agregaron para que todos los planes saliesen bien. Las dos copas de campeones juveniles que tiene el club presidieron el partido, una representación de la primera generación campeona estuvo allí, invitada a pie de césped. El palco se pobló con representantes de las últimas directivas y con casi todos los últimos presidentes (Paco Zas no pudo acudir, pero sí que estuvieron tres de sus consejeros). Los jugadores del primer equipo, la mayoría unos novatos en la fe deportivista, vibraron con el escenario de un estadio entregado. Todos esos guiños revistieron a la cita de un clima unitario que el club necesita si quiere, como es el deseo de todo deportivista de corazón, salir del agujero.
Después de un bacheado recorrido es tiempo de pasar por el taller, recomponer las piezas que conforman el colectivo blanquiazul y poner el cuenta kilómetros a cero. Así lo sugiere esa mayoritaria corriente de opinión que algunos han bautizado como el “todo bien”. Todo bien, sí, porque ya estamos cansados de que nos digan que “todo mal”. Todo bien aunque no lo esté, aunque corramos el peligro de acabar tal y como le advertía el Señor Lobo a Tarantino. Todo bien porque en una primera eliminatoria de una competición juvenil, por europea que sea, somos un colectivo capaz de encontrar un motor para volver a rodar.
El Deportivo vuelve a la carretera porque justo cuando tocó fondo ha encontrado varias ruedas en las que apoyar su chasis. De pronto, sin que nadie le avisase (y además a aquellos que lo hacían lo más suave que se les llamaba era mamadores), empiezan a brotar futbolistas de Abegondo. De pronto, el trabajo de los captadores de talento durante los últimos años se pone en valor. Es bueno y bonito alentar la gesta de Noel, Barcia o los dos porteros, que completan desde benjamines todo el trayecto en la cantera, pero también es preciso darle crédito a como se ha conformado un grupo con futbolistas de procedencia dispar, lo mismo llegaron del Cáceres que del Calasanz, que hoy laten en blanquiazul. Lograr algo así tiene mérito y hay que dárselo primero a los jugadores y a sus familias, después a todos los técnicos y auxiliares que trabajaron con ellos. En cuanto a la labor de los directivos, alguien que sabe de esto (y de la vida) me ofreció anoche una clave para identificar a los que más hicieron o hacen para cultivar talento en Abegondo: “Son aquellos que ayudan a conseguir y poner los medios para trabajar y que después no molestan”.
Y aún así los chicos apenas están en el amanecer de sus carreras. Como el Deportivo lo está en el de su nuevo futuro. Sería tan bonito que muchos de estos chicos lo escribieran como injusto pretender que tomasen esa carga. Ese equipo acalambrado cuando aún no mediaba la segunda parte contra el Pogon después del descomunal y vibrante esfuerzo de la primera, alerta sobre que el talento debe hervir todavía un poco más. No abundan los futbolistas hechos con 18 años. Por eso chirrían tanto algunas exigencias hacia un entrenador como Borja Jiménez que trabaja cada día con al menos tres juveniles y que ya le ha dado minutos de calidad y exigencia a dos de ellos.
Con todo, mientras la cazuela sigue en el fuego, el club debe esforzarse en mostrarles un proyecto profesional y deportivo que ayude a esos nombres propios que todos manejamos a decantarse por el equipo de su corazón. Para algunos porque nacieron deportivistas y para otros que llegaron desde un amor futbolístico diferente porque tras jornadas como las de este miércoles es imposible que ya no sientan este club como el suyo. Un club especial que, ya lo decía Vázquez, es eterno.