En la portada de los periódicos que leyeron los coruñeses el martes 14 de abril de 1931 podía leerse “Última hora – graves acontecimientos”. Le seguía el relato de las manifestaciones populares que habían recorrido las calles Madrid tras las elecciones municipales celebradas dos días antes. Así empezaba una jornada en la que los acontecimientos se precipitaron vertiginosamente. La Segunda República se proclamó desde las urnas, pero sobre todo desde los ayuntamientos, y A Coruña vivió con especial fervor el momento.
Toda la ciudad quería saber -como echando de menos las redes sociales sin conocerlas- y la gente se se agolpó con impaciencia ante las redacciones de los periódicos, que iban actualizando información en analógicas pizarras al ritmo de los telegramas que iban llegando.
El Casino Republicano ubicado en el número 14 del Cantón Grande era un hervidero de emoción contenida desde primera hora. Tenía línea directa con Madrid y fue el primer punto que recibió la confirmación de la abdicación del rey Alfonso XIII. El monarca estaba dispuesto a abandonar España, no por Francia, como se esperaba en un primer momento sino por Cartagena rumbo a Inglaterra. “Ya entonces la calle Castelar y las inmediaciones de la calle Real y el Obelisco eran un hervidero de curiosos y entusiasmados ciudadanos que prorrumpieron en aplausos” relataba la crónica publicada al día siguiente en la prensa local. La calle Castelar era la actual Rúa Nova.
A partir de entonces, “explosiones de júbilo propias del caso” se empezaron a suceder. Por petición ciudadana, los concejales electos el día anterior se dirigieron desde el Casino Republicano a la sede del gobierno local en una comitiva en la que les acompañaba Manuel Lugrís Freire, impulsor de la Federación Republicana Gallega y. que meses atrás, había sido uno de los ponentes del anteproyecto de Estatuto de Autonomía para la región.
Pasadas las cuatro y media de la tarde, en medio de la algarabía popular, sonó La Marsellesa por la calle Riego de Agua. La entonaba una procesión improvisada que llevaba al frente un óleo con una alegoría de la república. Se dirigieron hacia la Sala Capitular del consistorio para sustituir al retrato del monarca que la presidía.
Toda la expectación se centró entonces en María Pita. El palacio, finalizado en 1914 por Pedro Mariño, estaba reluciente. Hacía poco más de una década que el ayuntamiento se había había trasladado a esta ubicación y estaba a punto de celebrar un Pleno histórico que, en realidad, consistió en una muy educada conversación entre Antonio Lens Viera, que era el concejal de mayor edad tras el resultado electoral, y el todavía alcalde por aquel entonces, Maximiliano Asúnsolo Linares-Rivas. Resultó que a María Pita aún no había llegado la confirmación de la noticia de proclamación de la República, por lo que Linares-Rivas quiso muy prudentemente que se hiciese constar en acta “su respetuosa reserva”. Con todo, entendiendo que ya no había vuelta de hoja “les saludaba con todo afecto y les deseaba muchas prosperidades y aciertos en su gestión, por bien de La Coruña y de todos sus convecinos”.
A las cinco de la tarde, decenas de personas se agolpaban a las puertas del ayuntamiento y todavía más coruñeses habían invadido sus salones. Lens Viera reunió a los concejales elegidos (33 ediles republicanos, un socialista y cinco monárquicos) y comenzó la reunión, cuyo único punto en el orden del día era la proclamación de la República en A Coruña. Al enunciado performativo le siguió tal ovación y jaleo que impidió a los redactores allí presentes tomar nota de los discursos que siguieron.
Después se dirigieron al balcón donde un concejal –escogieron al de la voz más potente – proclamó una vez más la República ante los ciudadanos congregados. Para la ocasión, quisieron engalanar María Pita con reposteros de terciopelo, pero hubo que retirarlos ante el abucheo generalizado por tener bordado el escudo real.
La gente se echó a la calle y salieron banderas republicanas debajo de las piedras, mientras que a la marabunta se iba sumando cada vez más gente, incluso llegada de pueblos cercanos. La manifestación espontánea se detuvo en La Marina, donde retiraron el escudo del edificio del somatén y lo tiraron al mar. Luego en el Cantón Pequeño, no dejaron una ventana entera del edificio que ocupaba la Unidad Militar y repitieron operación con el escudo que allí había: romperlo y tirarlo al mar.
Al atardecer se unieron también bandas, rondallas y charangas e hicieron sonar por todas las esquinas una banda sonora compuesta por tres hits, el himno gallego, la Marsellesa y el himno de Riego.
Los telegramas echaron humo toda la tarde de aquel 14 de abril, intercambiando mensajes con el resto de alcaldes de Galicia. Los concejales permanecieron reunidos hasta bien entrada la noche, y aún tuvieron que enfrentarse a cuestiones de calado. “Anoche, la multitud que recorría las calles enardecida de entusiasmo arrancó el rótulo de la calle Real y puso en el sitio que este ocupaba uno provisional que dice Fermín Galán. Sin duda, ese será en definitiva el nombre de la simpática calle coruñesa”, escribía el cronista de La Voz de Galicia (se supone que a las tantas y agotado por la cascada de acontecimientos).
Y no fue la última noticia del día de la que tuvieron que hacerse cargo en los diarios. De madrugada, el presidente de la patronal comunicó la decisión de decretar como festivo el día siguiente. Fue el día que no tuvo noche porque los focos de la ciudad no se apagaron hasta el amanecer. Los coruñeses se tomaron al pie de la letra el bando proclamado ese día por el nuevo alcalde: “Hemos logrado la República después de sacrificios considerables, y es menester demostrar ahora que sabemos merecerla”.