Sentada en el precario graderío, a Inés Rey se le vio disfrutar de la jornada. A su lado estaba Humberto Ramírez, uno de sus pretorianos, exjugador y director deportivo del CRAT de rugby, clave para que el emblemático equipo coruñés pudiese volver a jugar en A Torre, en esta ocasión un duelo de Liga Gallega. Era de justicia y además es un maravilloso impulso para un gran deporte. Así que allí estaba la alcaldesa, en esa ciudad deportiva que catalogó como “de primer nivel nacional”, que ahora se abre de nuevo al rugby, pero que no deja de mostrar una chapuza tras otra: el campo acondicionado para evolucionar con el balón oval no puede ser homologado para disputar en él partidos de categoría nacional porque las porterías de fútbol 11 están situadas sobre el final de la línea de marca. El magnífico equipo femenino del CRAT tendrá que seguir en el exilio.
Un millón de euros costaron las obras en la Ciudad Deportiva, a la que se bautizó con el nombre de Arsenio Iglesias. El día que allí se conmemoró ese acertado reconocimiento ya algo empezó a chirriar. La placa encargada, y redactada, por el Ayuntamiento pretendía recoger, traducida al idioma gallego, una mítica frase pronunciada por el Zorro de Arteixo la noche que Djukic falló aquel maldito penalti. “Mucho que decir y poco que contar”. Pero alguien se equivocó y ordenó que en la placa figurase una variante. “Moito que dicir e nada que contar”. Hubo quien concluyó que en realidad los rectores municipales querían definir así su estancia al frente de la ciudad.
A aquella altura, en diciembre de 2020, las obras no estaban las obras de rehabilitación de los campos no se habían iniciado. Comenzaron a final del verano de 2021, a punto de iniciarse la temporada deportiva después de año y medio de parón por la pandemia. Hubo que retrasar su inicio.
Pronto, además, empezaron a circular imágenes de lo que allí se perpetraba y se viralizó una imagen de uno de los campos, que apenas tenía un metro de separación entre el área de penalti y las líneas de banda. Y sobra espacio para hacerlo más ancho. El campo no es reglamentario. Otra cuestión es que se haga la vista gorda y se jueguen partidos en él.
Los problemas continuaron en el campo 2, donde alguien se hizo un lío con las líneas que delimitan la práctica del fútbol y la del rugby. Hubo que levantar varias zonas del césped que se había colocado. Además las del fútbol mezclan amarillo y blanco. Al millón de euros hubo que añadir un sobrecoste de 174.000 euros para reparar los defectos de la obra, “de alta calidad”, insiste Rey.