“Le devolvemos la calle a las personas”, clama la alcaldesa Inés Rey cada vez que acude a hacer efectiva una peatonalización. Y las personas, tozudas, se empeñan en no ir a la calle. La peatonalización es el santo grial de los alcaldes. Puede dar fe de ello Fernández Lores en Pontevedra. Quien la completa con éxito se gana el respeto y la consideración de la ciudadanía, de la que visita la urbe, pero sobre todo de quienes viven en ella. Por eso para algunos políticos resulta una solución golosa.
Sin embargo, no todo es tan sencillo como cerrar calles al tráfico y acuñar eslogans. En A Coruña el plan de eso que llaman humanización se esta mostrando errático. Las calles peatonales lucen la mayor parte de las horas desiertas mientras el tráfico rodado se acumula en algunas zonas. La destrucción de plazas de aparcamiento ha propiciado el regreso de las dobles filas salvajes en en zonas donde se habían desterrado. “Esto es un cuello de botella. Han taponado una parte de la ciudad y ahora lo estamos pagando nosotros”, explica José Manuel Pérez, un hostelero de la calle Emilia Pardo Bazán. Allí hasta la doble fila se cotiza.
Pero en el fondo, y pese a los inconvenientes, esos hosteleros que lamentan las incomodidades agradecen el bullicio. También las tiendas de la zona. “Aquí cuando teníamos carril bus empezamos a ser una zona de paso. Ahora, de nuevo, la gente viene y se queda”, apunta Ana Costas, que trabaja en la zona de Federico Tapia. En una mañana cualquiera la calle luce transitada, todo lo contrario que la Rúa Nova, recientemente peatonalizada, que no humanizada. San Andrés es otro ejemplo de improvisación. Ya no acuden allí quienes saludaron con entusiasmo su peatonalización los fines de semana. El pasado domingo la otrora gran arteria comercial lucía como un erial. Es un ejemplo de la Coruña vacía.
La peatonalización debe acompañarse de un plan para revitalizar espacios que si no se actúa sobre ellos lucirán vacios. Resulta sencillo colegir que sin coches habrá zonas de la ciudad en las que debería mejorar la calidad de vida e incrementar todo tipo de beneficios ambientales. Las ciudades sin espacios peatonales semejan anticuadas, pero todas esas actuaciones deben hacerse buscando la convivencia de residencias, comercios, oficinas, hostelería, turistas y residentes. Sin comprometer al resto de la ciudad ni derivarla hacia la incomodidad, sin repensar el transporte público, sin asumir las necesidades de la gente.
Nada de eso sucede en esta Coruña de calles vetadas, conos y vallados provisionales que amenazan con eternizarse, una ciudad en la que la ya conocida como Chicane de Arenas, ese recoveco del carril bici ante la histórica librería, es todo un símbolo de un despropósito al que aún se está a tiempo de darle la vuelta.