Siete años después de su televisiva irrupción, Pablo Iglesias Turrión da el paso en el sentido contrario que cabría esperar de un líder de 42 años de edad y enfrascado en la política nacional. El vicepresidente segundo del Gobierno más a la izquierda desde la Segunda República ha presentado la renuncia a lo que no hace tanto pregonaba como una encomienda histórica. Ahora opositará a la presidencia de la comunidad autónoma de Madrid tras señalar con su dedo a sus sucesoras. La ferrolana Yolanda Díaz será vicepresidenta segunda y Ione Belarra tomará el relevo al frente del ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030.
“Ellos sólo piensan en el dinero, pero lo que de verdad importa es el poder”. La sentencia es de Frank Joseph Underwood, el maquiavélico protagonista de la serie House of Cards. Se refería a sus compañeros congresistas en Washington. La política española hace tiempo que hace méritos para entrar en el lineal de Netflix con Iglesias como secundario de lujo, siempre en las entretelas. Su nueva pirueta apunta a la importancia del poder y su ansia por no perderlo.
Mientras el edificio de Ciudadanos se desploma, el de Podemos se sostiene apuntalado, alzado de manera precaria en torno a unos ministerios de escaso contenido. A estas alturas ya ha quedado claro que la nueva política resultó más antigua que la vieja, sin miramientos para corromperse ni para armar sus escalafones. Podemos, aquella formación asambleista que integraba a sus simpatizantes en bienintencionados círculos que iban a cambiar el país, es a día de hoy un partido orgánico al uso, prisionero de una nomenclatura que escala a base de dudosos méritos. La dacha de Galapagar es sólo un síntoma. El futuro es sombrío para una formación que en apenas un año de trayectoria logró ponerse al frente de las encuestas de previsión de voto. Hoy los sondeos advierten sobre un desplome en medio de una ausencia global de liderazgo como nunca ha conocido este país. Ni en ese contexto ha logrado imponerse Iglesias.
“La gente de Podemos, la gente de Izquierda Unida, la gente de En Común Podem, la gente de izquierdas de este país, tenemos que animar y que apoyar a Yolanda para que, si así lo decide ella y si así lo quiere la militancia de nuestras organizaciones, sea la candidata de Unidas Podemos en las próximas elecciones generales y la primera mujer en ser presidenta del Gobierno de España”, espeta el líder de la formación morada. No será así, por mucho que Díaz haya logrado en pocos meses una inusitada popularidad a nivel nacional. Nunca imaginó verse en otra igual la hija de Suso Díaz, aquella niña del PCE que se presentó a candidata de la Xunta y coleccionó el 0,8% de los apoyos de los votantes gallegos.
Díaz llega ahora a su cima por la renuncia de Iglesias, que en realidad es una escapatoria en la búsqueda del poder. Vicepresidente de un Gobierno que por la pandemia ha debido de tomar las decisiones más traumáticas e importantes de las últimas décadas, Iglesias no ha dejado de ser un oyente en el Ejecutivo. A veces ni eso. Y sabe que su sillón en la Moncloa tiene fecha de caducidad y que los discursos en el Congreso no dejan de ser juegos florales ante lo que de verdad interesa.
Madrid, con sus convulsiones, se aparece ante él como una solución. No es un paso atrás sino uno adelante para tener mando, pero de verdad. Por eso se ilusiona al decirle a Errejón olvidemos el pasado y volvamos al amor. El inmovilismo socialista con la candidatura de Gabilondo, que reúne una vez más todas las condiciones para fracasar, le ha animado a tomar la bandera de la izquierda y liderar la cruzada contra el cayetanismo. Iglesias, como Underwood, quiere el poder.