Gonzalo Caballero nunca fue hombre de hacer equipos. Su carácter individualista no era desconocido en las filas del socialismo gallego. Pero le sonrió la fortuna y, aupado por la ola populista anti-establishment, consiguió salir del rincón de los perdedores en el que estaba instalado para convertirse en el rostro del PSdeG bajo el paraguas de otro antisistema como Pedro Sánchez.
Sus primeras palabras hacían presagiar una verdadera voluntad integradora, pero los hechos demostraron pronto lo contrario. Para integrar la Ejecutiva gallega echó mano de sus fieles más cercanos, todos ellos acostumbrados a la derrota en la vida orgánica: Martín Seco, Pablo Arangüena, José Antonio Quiroga, Noa Díaz… un elenco de escaso talento, menos conocimiento y, desde luego, incapaz de ampliar el perímetro del partido con un contacto real con la sociedad gallega.
La situación se fue agravando con el paso de los meses. Los militantes socialistas pronto comprobaron cómo su nuevo líder no tenía ningún peso en Madrid. Hasta el jubilado Javier Losada le levantó el puesto de delegado del Gobierno con el que pretendía premiar la fidelidad de Pablo Arangüena.
Este parece ser su único hombre de confianza, ya que lo promueve para todos los puestos: delegado fallido, diputado en Madrid aunque fuera por siete meses, cabeza de lista por A Coruña, portavoz… Y todo ello después de haber demostrado su incapacidad para construir siquiera una alternativa en la Agrupación Socialista Coruñesa, la segunda más numerosa de Galicia y totalmente moribunda por el miedo de las distintas familias a un choque directo de incierta resolución.
Lo único bueno que podía mostrar Gonzalo Caballero era la lealtad de su reducidísimo elenco de colaboradores. Pero ese último aval saltó por los aires esta semana con la dimisión de Alberto Monedero, uno de los cuatro miembros del núcleo más duro de Gonzalo Caballero, junto al propio Arangüena y Lola Villarino. El secretario de Militancia del PSdeG, presentó su dimisión harto del personalismo del líder socialista gallego y su ninguneo hacia los reproches que sus compañeros le hacían por su estrafalaria línea de actuación.
Para relevar a Monedero, que no es ningún estadista de la talla de Churchill o similares, a Gonzalo Caballero no le ha quedado más remedio que recurrir a una recién jubilada, la exsubdelegada del Gobierno en A Coruña Pilar López Rioboo, que cedió los bártulos a comienzos del pasado mes a María Rivas tras alcanzar la edad de jubilación obligatoria.
La designación ofrece muchas lecturas. La más extendida en las primeras horas en el partido era que Gonzalo no había sido capaz de encontrar a ninguna pieza de renombre dispuesta a inmolarse en unas primarias del PSdeG que habrán de celebrarse antes de fin de año y que son de imposible vaticinio. El sobrino del alcalde de Vigo sigue suplicando una oportunidad en cuantas ventanillas le conceden la oportunidad de hablar, pero Ferraz parece haber decidido hace meses que su escaso tirón electoral hace un año y las malas perspectivas demoscópicas de los últimos sondeos hacen imprescindible el relevo.
El problema es que el vacío de poder en Madrid hasta el congreso de Valencia en octubre hace aún más difícil fraguar una alternativa por falta de banquillo en un partido totalmente descapitalizado. El único que parece interesado en jugar esa partida es el incansable José Manuel Lage Tuñas, que lleva meses intentando articular una candidatura alrededor de Valentín González Formoso o de José Ramón Gómez Besteiro.
Pero Lage Tuñas no cuenta con demasiadas simpatías en Madrid por su pasada vinculación con Susana Díaz y por su habitual modus operandi de concurrir en todos los procesos internos para hacerse con una cuota de poder personal que garantice su supervivencia y la de su entorno más próximo. La táctica se repite desde las Juventudes Socialistas y apenas ha alcanzado éxitos. El más notable fue el de Inés Rey en A Coruña, que se impuso por apenas una decena de votos en la carrera para ser la alternativa a José Manuel García, el último representante del barconismo.
Durante algunos meses, González Formoso vio con buenos ojos el salto a la dirección gallega, jaleado también por una cla mediática bien alimentada con los fondos de la Diputación. Pero en las últimas semanas, el alcalde de As Pontes ha empezado a recibir inputs negativos sobre sus posibilidades. Y no es precisamente el más atrevido a la hora de presentar una batalla interna en la que la victoria suena a quimera.
Así las cosas, en el banquillo socialista aguardan dos peones de tercera fila: el exalcalde de Ames y delegado del Gobierno, José Miñones, que tiene el hándicap de haber llegado de la mano del defenestrado José Luis Ábalos, y el regidor de Vilagarcía, Alberto Varela, presidente de la Fegamp y con la juventud suficiente para poder asumir un varapalo en las urnas.
Los próximos meses prometen ser apasionantes en las filas del socialismo gallego.