Hay vínculos imposibles de deshacer, pero que durante años no se atendieron. El próximo día 27 se cumplirán diez años de una tragedia que golpeó en A Coruña, un episodio en el que perdieron la vida tres policías nacionales, Javier López Lopez, Rodrígo Maseda Lozano y José Antonio Villamor Vázquez, y un joven, Thomas Velicky, al que trataron de rescatar de las olas en una negra noche invernal. La efemérides sirve para que el ayuntamiento haya decidido rehabilitar el monumento a los Héroes del Orzán, que sufría el deterioro propio de la falta de mantenimiento que requiere su ubicación en la Coraza y la falta de respeto de algunos graffiteros. No estaría de más que se le diese más realce para que luzca en horario nocturno.
En esa coraza luce un vínculo eterno, que nos enlaza con el sacrificio, el orgullo y el coraje, con el valor más elevado que puede aportar un ser humano: entregar la vida por ayudar a alguien a quien no conoce. Tres servidores del Cuerpo Nacional de Policía lo hicieron allí el 27 de enero de 2012. Javier López Lopez, Rodrígo Maseda Lozano y José Antonio Villamor Vázquez. Un año después se inauguró un monumental lazo blanco que les recuerda.
Durante la última década muchos coruñeses, también muchos visitantes, se han acercado a esta zona para ofrecer el tributo más espontáneo, el que sale del alma y empuja a encender una vela, dejar una flor, una fotografía, un papel con unas palabras, con un recuerdo, un deseo o un agradecimiento… Ese espacio nunca debería de dejar de ser un humilde altar, también un punto de encuentro para que todos en cualquier momento y de cualquier manera puedan expresar su gratitud. Tejer este lazo era un deseo, pero también un deber no sólo hacia Javier, Rodrigo, José Antonio sino también hacia quienes lo dieron todo en circunstancias similares. Por eso resultaba inconcebible que el ayuntamiento permitiese su degradación.
El mar del Orzán está teñido de generosidad y heroismo, de vidas como la de Francisco Alcaraz, un carpintero que cuando trabajaba en la construcción de las Escuelas da Guarda no dudó en lanzarse al mar para ayudar a unas bañistas en apuros. O la de Juan Darriba, Juanito, un chico de 11 años que dejó su último aliento en el rescate de una mujer que le triplicaba en edad, ejemplo de una casta singular porque seis años después un hermano suyo, Manuel, también desafío al oleaje para salvar a un niño. No le frenó el recuerdo, le impulsó el altruismo. Juanito lo había conseguido pero pereció en el intento; Manuel salió indemne del agua y trajo a tierra al pequeño, pero éste falleció al poco tiempo. Han pasado más de cien años desde estos episodios. Generaciones de coruñeses crecieron con el recuerdo de esas historias, con la memoria que nuestros mayores se encargaron de que perviviera y a la que ahora damos continuidad para que jamás se solape lo que aquí ocurrió, haya pasado un siglo o una década.
Hay sonidos imposibles de olvidar, el de aquel helicóptero que antes del alba despertó a la ciudad con un estruendo de preocupación. Muchas veces las malas noticias llegan sin que medien palabras. No las hubo para consolar tanto dolor, díficil encontrarlas en aquellos momentos para quienes trataron de dar consuelo a los familiares de Javier, Rodríguez y José Antonio. También al padre del joven Thomas Velicky.
Pero sí deben hallarse para glosar el esfuerzo de todos los que tomaron parte en los trabajos de salvamento y de rescate aquella noche y los días sucesivos. A las fuerzas y cuerpos de seguridad, al Cuerpo Nacional de Policía, la Guardia Civil, la Policía Local y la Autónómica; a los servicios de emergencias, Salvamento Marítimo, Vigilancia Aduanera, la Jefatura Provincial de Tráfico, el 061 o el Servicio de Guardacostas de la Xunta de Galicia; a trabajadores del Ayuntamiento de A Coruña como el Servicio de Extinción de Incendios y Salvamento, los servicios de Emergencias y Bomberos o el de Protección Civil, con especial reconocimiento a sus voluntarios y a quienes apoyaron desde el resto de agrupaciones de municipios próximos, a los incansables grupos de buceadores provenientes tanto de la Axencia Galega de Emerxencias dependiente de la Xunta de Galicia como a los del Club del Mar de San Amaro. A la Cruz Roja, a la población, en fin, cuyo afecto y ayuda se sintió en todo momento. A todos se entrelazaba en la escultura obra de José Manuel Mihura que se inauguró en la Coraza del Orzán justo un año después de la tragedia.
Hay paisajes imposibles de desterrar. Los coruñeses se han forjado con ese mar, forma parte de nuestras vivencias, del inventario de una ciudad que ha crecido arrullada entre sus olas. El Orzán es una ventana hacia el mundo, el mar que lo da todo, pero que también lo quita, sosegado y furioso; acogedor y cruel. Allí, en esos lazos, están muchos corazones. Convendría darle el valor que tienen y mantener ese espacio con el lustre y la relevancia que merece.