Es complicado discutir que eliminar automóviles del centro de las ciudades sea perjudicial para sus habitantes. La cuestión es como hacerlo y ahí se ha llegado al punto de estandarizar soluciones que en unos entornos funcionan y en otros fracasan con estrépito. A Coruña tiene un emplazamiento singular y tiene censado más de 117.000 turismos, a los que hay que añadir varios miles más que acceden cada día a su casco urbano. Hay además en torno a 8 vehículos por cada plaza de aparcamiento público o privado que se oferta. Es imperativo, por tanto, aparcar en superficie. En este escenario, el ayuntamiento de A Coruña ha eliminado en los últimos años unas 600 plazas de aparcamiento en superficie en sus barrios y según las previsiones de obras superará las 1.100 eliminadas cuando el actual gobierno local acabe su mandato.
Mientras el concejal de Urbanismo hace chistes sobre su capacidad para eliminar aparcamientos desde la cocina de su hogar o la alcaldesa dispara desafortunadas comparaciones entre vacas y establos para concluir que encontrar sitio para aparcar el coche en A Coruña no es su problema, los vecinos se sumen en la perplejidad ante una toma de decisiones efectuada sin consenso y sin plantear un estudio de afección a los ciudadanos.
El desastre va por barrios, y generalmente en entornos donde no sobran las plazas de garaje por si alguien puede permitírselas. Al inicio del verano se destruyeron 40 plazas de aparcamiento en Ramòn Cabanillas. “Siempre que realiza una actuación de estas características busca la reubicación de plazas en el entorno próximo”, replicó el gobierno local. En efecto lo que hacen es trasladar la presión de la circulación, no sólo del estacionamiento, a zonas limítrofes. Los atascos son hijos de las humanizaciones mal planteadas.
Inés Rey y su edil Dinís se guardan otro comodín, el de los aparcamientos en batería. Y ahí sacan la calculadora para explicar que hay sitio para todos. La consecuencia es que se eliminan carriles de circulación y de estacionamiento para emergencias. Se complica además el tránsito de buses o furgonetas. Todo se constriñe mientras a pocos metros lucen calles vacías y cementadas.
Las quejas brotan ahora desde Cuatro Caminos, donde la junta de gobierno local aprobó esta semana unas obras que costarán 724.000 euros, como la inmensa mayoría de las iniciativa que se promueven ahora desde María Pita procedentes de fondos europeos, y que destuirán 30 plazas de aparcamiento en Fernández Latorre- Si se suman las que van a volar en el entorno de Alcalde Marchesi se habrán ido al limbo 54 plazas de aparcamiento.
Los problemas llegan también en el Campo de Artillería, donde están a punto de finalizar unas indescriptibles obras que han convertido la calle en un pasticho por el que los coches no dejarán de circular, se han puesto (al lado de un parque) cuatro bancos mirando a la pared y en el que no se podrá aparcar por ignotas motivaciones. Las obras, que se prolongan durante largos meses, han despertado la perplejidad entre los vecinos. Resulta difícil de entender por qué en una calle sin apenas tránsito de peatones se destruyen plazas de aparcamiento sin convertir ese entorno en peatonal. Una solución al problema la ofreció, por una vez, Inés Rey cuando acudió al Castrillón y vecinos y comerciantes le recriminaron haber decidido peatonalizaciones sin haber escuchado antes a quienes viven o trabajan allí. “Si no os gusta la obra, pronto habrá elecciones y ya votaréis”.